FINALMENTE le operan el próximo jueves. Iñigo Castiñeyra apura estos días el tratamiento suministrado para curar la congelación de sus manos, algo que no va a ser posible al cien por cien. “Aún debo esperar unos días para que me intervengan. Los médicos me han dicho que se eliminarán parte de los dedos que no se han recuperado de la congelación, y que tengo con necrosis”. El malogrado montañero habla con este periódico desde Zaragoza, donde sigue hospitalizado tras su regreso de Nepal. El donostiarra sufrió las lesiones durante la ascensión al Annapurna. En el momento del terremoto, Castiñeyra estaba siendo tratado de sus lesiones en un hospital de Katmandú. “Tengo muy afectados tres dedos de cada mano, especialmente los medios. Parece ser que voy a salvar los meñiques y pulgares. Van a intentar también que no me afecte al índice porque, como dicen los médicos, es muy importante en el día a día poder hacer el juego de la pinza. Me dicen que una mano está mejor que la otra, pero asumo que perderé la mitad de los dedos medios”.

La voz del montañero donostiarra parece irse apagando al otro lado del hilo telefónico en la medida que da cuenta del parte de lesiones. “¿Hacerme a la idea? Es algo que intento, pero que no conseguiré definitivamente hasta que no pase la operación y vea el resultado definitivo, sin parte de los dedos”. Hasta ahora, la evolución clínica del paciente era una incógnita, pero finalmente será necesaria la intervención quirúrgica, algo que no ha podido evitar el tratamiento seguido hasta ahora, basado en anticoagulantes, antibióticos y calmantes.

Días eternos Dice sentirse con altibajos, aunque agradece poder dar pequeños paseos, algo que hace desde el jueves, cuando le quitaron definitivamente el suero. “Ahora puedo moverme, y eso al menos me relaja un poco a la espera de la operación. La verdad es que hasta ahora los días se me estaban haciendo eternos, y además en Zaragoza ha hecho mucho calor estas semanas atrás”.

Durante estos días, el montañero no ha querido poner la tele, pero sigue ahora con atención, conforme se siente más fuerte, las últimas noticias que llegan de Nepal, especialmente desde Katmandú, que vive bajo el temor a nuevos terremotos. “Sé que ha habido otra réplica, he visto cómo se ha quedado Katmandú y lugares que conozco. Me ha sorprendido ver hecho añicos algunos edificios que permanecían en pie cuando fui evacuado”.

-Un país muy dañado... como usted.

-“Sí. Quizá si hubiera venido cuatro días antes, los daños habrían sido menores, no lo sé...”.

Para ello tenía que haber sido repatriado en el primer vuelo. “No sé por qué no lo hicieron. En todo caso, no era fácil. Era una tragedia, un terremoto de magnitud 7,8, y pasó tiempo hasta que la diplomacia se enteró de que estaba allí. Creo que evacuaron primero a aquellos que primero acudieron a la embajada. Estaban localizables en ese momento y se los llevaron”.

Castiñeyra apenas puede coger el teléfono móvil. Se vale del pulgar, que aprieta junto al resto de los dedos vendados como una manopla. “En principio no me han dicho que vaya a hacer falta ninguna prótesis. Me han comentado que podré hacer vida más o menos normal, aunque se verá afectada. Sé que la recuperación va a ser lenta. Ya me han hablado de unos tres meses para poder volver a conducir. Los médicos también me han dicho que podré hacer escaladas sencillas. No sé, ya veremos”.

El donostiarra no siente los dolores de los primeros días, pero sí nota descargas eléctricas en las manos. “Las zonas que están muertas dan como calambres, no sé, es una sensación rara”. Al menos puede caminar ahora por los pasillos del hospital, sin el suero y los calmantes que le han tenido postrado en la cama. “Los primeros días fueron los peores, sobre todo con el tratamiento que me dieron de oxígeno en las manos, que me las dejó en carne viva. Me las metían en agua para que se reactivara la circulación. Era un tratamiento de choque que me ha venido bien, aunque la mano izquierda no ha quedado tan bien como la derecha”.

Su madre Maite, que le acompaña en la habitación en esos momentos, le dice que tenga paciencia. “Es ella la que me tiene que ayudar a comer. Tengo las manos vendadas y no puedo manejar los alimentos”, detalla el montañero.