DONOSTIA - Es la nueva emigración vasca. O una de ellas. La de los jóvenes profesionales que viajan parejos a la implantación de empresas vascas en México, Brasil, Chile, India o China. Izotz Aldana estudió Fundición y Pulvimetalurgia en la Politécnica de Markina y entró a realizar sus prácticas en la empresa PMG Polmetasa, de Arrasate-Mondragón, en la que terminó trabajando. Cuando después de unos años anunciaron la apertura de una nueva línea de producción en Shanghai no lo dudó. Lleva algo más de cuatro años en la capital comercial china y de momento está a gusto.
¿Qué tal se maneja con el chino?
-En la fábrica normalmente hablamos en inglés. Somos 170 personas y los únicos occidentales somos el gerente y yo, pero los chinos que viven en ciudades y tienen estudios superiores normalmente hablan o saben inglés. Nuestros empleados son gente joven y responden a ese perfil. Por edad, soy uno de los más viejos.
¿Qué es lo que producen?
-Componentes para amortiguadores de coche. La producción se vende en el mercado asiático, principalmente en la propia China.
Un gran salto, pasar de Gernika o Arrasate a Shanghai.
-Los tres primeros meses se me hicieron muy duros, como para haberme vuelto andando. La soledad es dura, vienes a iniciar una empresa desde cero y sabes que tienes apoyos, hablas por videoconferencia, pero no puedes evitar sentirte aislado. Hoy estoy a gusto.
¿Qué le dijeron en casa cuando habló de trabajar en China?
-Me animaron. Mi padre es de Gernika y mi madre de Bermeo, pero aita fue durante años pelotari profesional de cesta-punta y vivir fuera de Euskadi forma parte de nuestra historia. Como anécdota, yo, aunque gernikarra, nací en Indonesia, en Yakarta, cuando mi padre jugaba Jai-Alai. Estuvimos dos años en Yakarta, luego otros dos en Florida, en Orlando, y volvimos a Gernika. Todavía se reúnen aita y sus amigos que coincidían en frontones de Asia y América.
¿Qué es lo que más le choca de China?
-Todo es muy diferente. Si bien Shanghai no es exactamente China, es una ciudad muy moderna, de 24 millones de habitantes y el centro financiero del país. Llena de contrastes. Cuando bajé del avión recuerdo que veía bicicletas y coches chinos para mí raros, que nunca antes había visto, y junto a ello Ferraris y coches de altísima gama, que tampoco había visto antes. Las costumbres son diferentes: algunas nuestras son para ellos faltas de educación y viceversa. Yo gesticulo mucho al hablar y aquí está muy mal visto. O si estás reunido con tu jefe y te llaman por teléfono, aquí es normal coger la llamada y se enzarzan en una conversación. También es cierto que la cultura occidental impregna cada vez más a los jóvenes.
¿Cómo está la vida?
-No es un lugar barato, pero todo depende. En zonas céntricas, frecuentadas por occidentales, la vida resulta mucho más cara que por ejemplo en lugares más alejados, donde solo viven chinos. Una cerveza en la calle Laowai, en el centro, puede costarte 40 o 50 yuan (5 o 6 euros) y la misma cerveza en un lugar más alejado sale por 10 o 15.
Euskal Etxea de Shanghai se fundó en 2004. Usted llegó en 2010 y tardó tres años en asociarse.
-Inicialmente no me hizo falta. Varios expatriados vivíamos en el mismo bloque, dos ingenieros, uno austríaco y otro canadiense, y durante un tiempo estuvieron aquí mi jefe de Arrasate y nuestro gerente, alemán, que también retornaron. Un día un amigo que estudió conmigo me avisó que venía y a través de él conocí a Garazi, que en ese momento era presidenta de Euskal Etxea y empecé a ir.
¿Cómo es Euskal Etxea de Shanghai?
-Somos cincuenta socios y socias. Contamos con una sede, en la que organizamos eventos. Por ejemplo, el sábado celebraremos Maritxu Kajoi, la fiesta de Mondragón. Hasta el momento se han apuntado más de 75 personas, por lo que finalmente nos reuniremos en un restaurante. Digamos que Euskal Etxea es el resultado del esfuerzo y compromiso de mucha gente y que se mantenga es importante para nosotros. Constituye una vía de escape, un espacio que nos proporciona fuerza y nos alimenta, y no solo gastronómicamente. Cada año renovamos la Junta y se piden voluntarios. Cuando me lo propusieron dije ¿y por qué no? Es un trabajo en equipo, tenemos buen ambiente y siempre hay gente dispuesta a coger al año siguiente el testigo.