La monja del convento de Durango que no olvidó 'sus' Peñas de Aia
durango - La comunidad de monjas clarisas franciscanas de Durango despidieron el viernes 4 de julio a la hermana María Antonia Sagargazu Erausquin, religiosa que entró en el convento de San Francisco de la villa vizcaina hace 58 años. Falleció en la madrugada del jueves 3 de julio. María Antonia, también conocida como Maddi, era natural de Oiartzun, localidad guipuzcoana en la que llegó al mundo en el año 1926.
En el calendario en el que cumplía 30 años entró a formar parte de la orden religiosa en Durango. Rezaba el año 1956. Vivió unos meses en el monasterio de Santa Clara de Bidaurreta de Oñati como novicia; pero toda la vida la pasó en Durango en el monasterio de San Francisco trabajando en diferentes oficios.
Sus compañeras de convento recuerdan con aprecio a la monja guipuzcoana. Habla, Olatz: “Al recordar su muerte no puedo olvidarme de las Peñas de Aia; cuando íbamos de excursión con las alumnas y alumnos de EGB del colegio a Zarautz, Biarritz, Donostia siempre nos pedía: Fijaos en las Peñas de Aia de mi parte. Y yo le decía: Son de granito. Me hacía recordar a Joxe Mari Iparraguirre cuando al volver de América y desde Hendaia al ver aquellas peñas le brotó de su corazón el “Hara nun diran mendi maiteak”, de la canción Nere etorrera. Maddi, como le llamaban en casa, también llevaba en su corazón muchos recuerdos”, parangona.
Sus compañeras califican a María Antonia como una mujer “alta y fuerte en sus buenos tiempos. Ahora se nos ha ido con 88 años y el desenlace ha sido provocado por una caída. Las neuronas las tenía muy gastadas y no vio el peligro”, comunican.
peluquera y enfermera Maddi fue peluquera. En el convento cumplió “un buen papel porque trajo un secador grande de su peluquería y parece que por ese artilugio pasaban todas las niñas y jóvenes del internado; les lavaba la cabeza y les secaba el pelo para que no hubiera catarros y demás”, aporta Olatz quien evoca cómo “también a nosotras nos peinó con caracoles, pelos rizados y demás para el día de la toma de hábito, en la que íbamos vestidas de novias”.
Sagarzazu fue, además, enfermera de la comunidad. Olatz habla con simpatía a su persona: “Yo que cogía dos veces la gripe al año porque los estornudos de mis alumnas y alumnos, todos aterrizaban en mi cara, tengo un recuerdo buenísimo de ella, de su trato, dedicación y entrega. Yo creo que le gustaba cuidar a las enfermas por los detalles que veíamos en ella a la hora de hacerlo. Había algunas enfermas que les tocó estar encamadas algunos años y Maddi, para que no se llagaran tenía la delicadeza y el sacrificio de levantarse todos los días hacia las doce de la madrugada y además de moverles hacia el otro lado les llevaba algo para beber o lo que les hiciera falta. Era todo un detalle y dedicación”, le reconoce.
Aún en los últimos tiempos, las compañeras clarisas franciscanas tenían que seguir las pautas que les indicaba la buena de Maddi. “Había que hacer lo que ella decía: todavía tienes décimas y no salgas de la habitación que las recaídas no son buenas. Era de las que se sentaba en la cama y te contaba anécdotas de todo tipo. Las medicinas estaban a su cuenta y era la que se relacionaba con los médicos correspondientes”.
canciones En su entrega en el monasterio, la de Oiartzun también se dedicó a dirigir el rezo dentro de la comunidad. Ella -según trasmiten sus compañeras- era muy rígida con la normativa y las rúbricas que estaban impuestas en su época. Aseguran que era una mujer de carácter fuerte, pero también de mucho sentido del humor. “Nos cantaba cosas que no habíamos oído nunca y ella decía que eso cantaban en Oiartzun en su época de niña. Hace poco le dije a otra persona: Hau oiartzundarra da y ella siguió diciendo: Astoak?, la pena que no recuerdo más. Era algo relacionado con el eco (significado de oihartzuna en castellano). Tenía muchos dichos y cantos de su época y de su pueblo. No se puede olvidar que solía ir a Arantzazu a hacer ejercicios espirituales y en su habitación tenía una hermosa imagen de la Ama de Arantzazu”.
María Antonia usaba un audífono para oír mejor. Olatz recuerda una anécdota al respecto. “Cuando le limpiaba su audífono y le cambiaba el filtro, se quedaba alucinada, porque le había arreglado lo que para ella estaba como para tirar a la basura. Me decía: ¡qué manos tienes!, esto es como un milagro. Al final me estaba dejando la sensación de que antes de morir ya le hice un milagro por mes, y eso durante unos cuatro años?”, sonríe la de Zarautz, quien concluye y se despide de ella: “Supongo que se habrá ido sin habernos cantado todo lo que sabía. ¡Qué pena! Yo me quedo con: ?Hara nun diran mendi maiteak... Agur Maddi!”
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