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Raymond Nakachian, la mano de los negocios desde Villa Mélodie

Raymond Nakachian, la mano de los negocios desde Villa MélodieFoto: DEIA

Bilbao - Raymond Nakachian fallecía el lunes en Villa Mélodie, su casa de la Costa del Sol, desde donde movía los hilos de sus negocios, y ayer era incinerado. El empresario libanés sufría un cáncer de vejiga.

Su viuda, la princesa y cantante coreana de ópera Kimera, explicó a los medios que tras la intervención para extirparle el tumor parecía que todo estaba bien, pero las sesiones de quimioterapia acabaron con las defensas del empresario. "Yo pensaba que, como era un hombre fuerte iba a aguantar, pero tenía 82 años y no pudo soportarlo", dijo la cantante, que durante el funeral estuvo acompañada por sus dos hijos, Amir y Mélodie. Precisamente fue por el secuestro de esta última cuando la familia Nakachian se dio a conocer en el Estado español.

Han pasado muchos años desde que la imagen del matrimonio del millonario libanés Raymond Nakachian y la cantante de ópera rock Kimera diera la vuelta al mundo. Fue el 9 de noviembre de 1987 cuando su hija de cinco años, Mélodie, fue secuestrada por una banda internacional de delincuentes. Los raptores, en su mayoría franceses, exigían un rescate de 16 millones de dólares. Hoy, al cambio, serían unos cincuenta millones de euros.

Durante once días, el tiempo que duró el secuestro, el caso Mélodie mantuvo a todos en vilo. Periodistas nacionales e internacionales siguieron la historia minuto a minuto. Cientos de policías peinaron escrupulosamente la Costa del Sol con el fin de resolver un caso que supuso el comienzo del crimen organizado en esa zona, nicho favorito de la jet set. Agentes del Grupo Especial de Operaciones de la Policía Nacional (GEO) liberaron a la niña en una espectacular acción en un apartamento de Torreguadiaro (Cádiz).

Hoy, aquella niña de mirada triste tiene 32 años y no quiere entrevistas. "Nuestra hija prefiere permanecer en el anonimato y que no la reconozcan en los aeropuertos", solía decir la pareja. Después de su liberación, intentaron recuperar cuanto antes la normalidad y nunca pensaron en mudarse de ciudad, donde Raymond Nakachian continuó con sus negocios, alguno bajo la sombra de la sospecha.

Crisis económica

Hace cuatro años, la situación de la familia era agónica: invirtieron 250 millones en una finca cerca de Ronda donde querían construir un complejo de lujo, pero la junta de Andalucía recalificó los terrenos como parque natural.

Antes, en 2007, Raymond Nakachian fue detenido durante un viaje a Marruecos. Contra él pesaba una orden de extradición expedida en Arabia Saudí, país en el que hacía 25 años Nakachian había cerrado alguno de sus mayores negocios. Pasó 100 días en una cárcel en Rabat donde compartió celda con 70 presos. Su mujer hipotecó Villa Mélodie para pagar los sobornos de guardianes y reclusos. "Gastamos más de un millón de euros", explicaban. El banco les reclamaba el dinero.

Desde esa casa, pulsaba Nakachian las teclas de sus negocios. "Me he levantado a las seis de la mañana, he estado haciendo gestiones en el ordenador y luego he ido a Jerez de la Frontera y al Puerto de Santamaría", contaba el libanés en una entrevista a Vanity Fair hace dos años. "También tengo pendiente cerrar un negocio para llevar petróleo de Ucrania a China". Siempre se sintió molesto por que su nombre se asociase con el tráfico de armas. "Ya dije en su día que ofrecía 100.000 dólares a quien pudiera probar que he vendido algo más peligroso que un tirachinas", se defendía.

Con la excusa de perfeccionar sus técnicas en artes marciales -era cinturón negro de judo y en Londres llegó a montar un gimnasio-, Nakachian se instaló durante dos años en Japón. Era finales de los sesenta y el oro se había revalorizado, así que Nakachian empezó a pasar ese metal de Londres a Tokio de forma ilegal. Ideó unos cinturones especiales donde los judokas ocultaban los lingotes y Raymond recibía la mercancía en el aeropuerto de Tokio. Pero uno de los judokas sufrió un ataque de apendicitis en pleno vuelo y descubrieron el montaje.

Fue lo único ilegal que se le probó al millonario libanés.