amorebieta-etxano - El pasado 5 de junio, Mariano emprendía un largo viaje, el último. Un hijo, padre, marido, aitite... un hombre al que su familia viste de adjetivo "sencillo", lo que el diccionario enaltecería como persona a la que le gusta vivir de manera sencilla. "Fue un hombre trabajador, luchador, honesto y honrado, leal", le arropan los suyos con el mimo que nace del cariño.
De joven, allá por los años 60, Villa dijo hasta luego a su Extremadura natal donde había nacido en 1938, miembro de una familia humilde con ocho hijos a su cargo. Marino fue el séptimo de los hermanos. Tomó la difícil decisión, como tantos otros, "después de haber vivido una posguerra dura, en un enclave con pocas alternativas de trabajo. Él también buscó un mejor porvenir para sí mismo y su familia". En ese momento, él ya estaba casado con Manuela Corbacho, la que como él enfatizaba siempre fue y sigue siendo una gran mujer. El matrimonio ya disfrutaba de la vida del primero de sus cuatro hijos. Avistaron progreso en Euskadi, en un momento en el que la industrialización en Bizkaia estaba en pleno desarrollo.
La localidad de Amorebieta-Etxano les acogió con los brazos abiertos y en ella afincaron su proyecto de futuro. Logró un empleo en la histórica empresa Izar, a cargo de las ballestas, en la boca del horno.
También trabajó en Tarabusi, firma constructora de piezas de automoción en Igorre. "Aquí trabajó y luchó sin descanso, ante todos los obstáculos que le fue poniendo la vida. Superó hasta tres veces esa enfermedad maldita. Pero tanta lucha, fue haciendo mella en su fuerte naturaleza y aunque se agarró y luchó hasta el último aliento, ese desgaste no le dejó continuar entre nosotros", hace balance, emocionada, su familia. Además, en el municipio le recuerdan como un gran trabajador que si tenía turno de mañana, era capaz de meter horas en la serrería de Enrique Rekalde, quien llegó a ser alcalde de Amorebieta-Etxano.
pasión por la naturaleza Villa Noriego fue un apasionado de los pájaros y tuvo canarios "de trino amarillo", como solía incidir el literato Lorca. Su cantar le transportaba mentalmente a las sendas de los montes que tanto apreciaba. Para él, en la naturaleza sentía la libertad que se suele escribir en mayúsculas. Él mismo tuvo su paraíso de tierra cultivada que era para él su huerta.
Los suyos subrayan que este vizcaino "alegre, de chistes malos que a él le gustaban" -sonríen con ternura- añoraba y quería su tierra extremeña de origen, pero "también quiso a Euskal Herria donde echó raíces, raíces profundas, raíces que tenían medio siglo. Donde ha dejado cuatro vástagos y cuatro retoños de esos cuatro vástagos. Raíces de roble o de olivo, como él era. Duro y noble", apostilla su familia.
Los suyos recordarán siempre a Mariano. Por ejemplo, cómo "se fue discretamente, sin molestar, como a él le gustaba. Siempre hasta el final. Discreto. Pero nos ha dejado aquí su fuerza y energía para que sigamos luchando como él lo hizo. El vacío que deja es enorme, pero desde ya". ¿Se puede ser más grande que tener ese don, el de hacer gala de la sencillez?