Sí, ciencia ficción, porque es posible que a partir de 2015 podamos ver en las calles a agentes policiales equipados al más puro estilo Robocop, aunque luego en algunos casos no haya dinero ni para llenar el depósito de gasolina de los coches patrulla. Policías de medio mundo ya contemplan adquirir las Google Glass, el nuevo juguete tecnológico que se convierte en la gran apuesta de la multinacional para este año.
Pero independientemente de las ocurrencias de Ignacio Cosidó, los viejos gadgets futuristas de las películas de ciencia-ficción de los años 80 y 90 empiezan a hacerse realidad; o así sueña Sergey Brin (Moscú, 1973), flamante cofundador de Google, multibillonario y filántropo, al que se le metió entre ceja y ceja sacar adelante unas gafas que interactuaran con el mundo, conectadas y desde las que poder hacer videollamadas y usarlas para, literalmente, fundir la realidad física con la realidad virtual.
Se han convertido en una sensación, se están recogiendo encargos de venta y preparan el terreno para su puesta a la venta. La historia de Google Glass tiene sus contrapartidas: es un capital riesgo, un aparato muy arriesgado y revolucionario, pero Silicon Valley es especialista en financiar saltos mortales; por eso Google ha contado con el apoyo del fondo de capital riesgo. Pero la clave son los precios: los desarrolladores la tendrán este mismo año por 1.500 dólares (unos 1.100 euros), y el resto tendrá que esperar hasta 2015.
Lo que sí se sabe es que funcionan con sistema Android 4.0.3; que la cámara tendrá cinco megapíxeles, con calidad de vídeo de 720 pixeles; memoria flash de 16 gigas y conexión por WiFi y bluetooth. Todo preparado para que el salto entre el smartphone y la realidad individual sea lo más lógico, sencillo y eficiente posible. Literalmente el usuario verá información superpuesta a la realidad física, proyectada en los cristales, de tal manera que si elige una carretera por la que caminar o conducir verá también el mapa y la ruta a seguir sin necesidad de activar el GPS. La patilla derecha tiene adosada una lente incorporada que en realidad es un prisma. Este cristal envía la imagen directamente a la retina aprovechando la luz del entorno. También en esa patilla derecha, más gruesa, está la CPU independiente y las baterías, además de, al mismo nivel que el ojo, una pequeña cámara frontal para realizar fotografías y vídeos (o detectar objetos con los que interactuar). Igualmente dispone de su propio micrófono para poder hacer llamadas por VoIP. Para evitar problemas, la posición de proyección que ha elegido Google es a un lado, fuera del campo central, en la periferia de visión del usuario.
¿Espionaje? Sin embargo no todo son ilusiones futuristas, sino detalles y problemas sin resolver. Por ejemplo, mucho antes de que empiecen a venderse, un bar de Seattle ha prohibido la utilización de las gafas Google Glass en su interior. Los gerentes del bar temen por una posible violación del derecho a la intimidad de sus clientes, sometidos a la visión aumentada del usuario de las gafas, que podrían grabar vídeos, hacer fotos y recabar información de todos los clientes del interior. Esto es solo la punta del iceberg, porque son muchos otros establecimientos públicos los que se plantean lo mismo en Estados Unidos. Sus múltiples aplicaciones despiertan recelo entre la gente, que al saber cómo funcionan temen que cualquier extraño pudiera almacenar datos privados y su actividad, pero sobre todo, crear archivos audiovisuales que podrían quedar a merced de todo el mundo en la red. De hecho, Google asegura que sus gafas permitirán a los usuarios tomar fotos con un simple guiño del ojo. Y peor, serían datos que quedarían al servicio de Google, lo que todavía crea más temor, quedar radiografiado de cara a una multinacional que gestiona ya tantos datos e información. Ese problema se mantiene incluso en otros apartados: ¿qué ocurriría si alguien usara las Google Glass en un banco, o en un edificio público y consiguiera así datos de todo tipo sobre lo que se hace allí? Algunos ya lo califican de espionaje. Se podría mirar por encima del hombro y copiar las claves de una tarjeta de crédito, firmas, información potencialmente peligrosa en malas manos.
La idea de crear las Google Glass fue obra de Sergey Brin, cofundador de Google y responsable de la parte de investigación de la compañía, departamento famoso por ser un gran cobertizo virtual donde se desarrollan cosas como el coche autónomo y todo tipo de gadgets tecnológicos, algunos de los cuales han visto la luz. No era una idea nueva, porque ya existe desde hace muchos años, incluso se remonta a los años 60 para tareas de espionaje. Pero es ahora, con el apoyo de Google, cuando ha tomado cuerpo y fuerza el proyecto. Su padre espiritual y probador oficial usándolas a todas horas en su vida diaria, ya se deja ver en público con ellas y hace correcciones sobre la marcha en el diseño. Las empezó a probar en abril de 2012 en un evento en San Francisco, y el 23 de mayo de 2012, Sergey Brin hizo otra demostración. Volvió a usarlas en junio en otra demostración, y desde entonces no ha parado de trabajar con ellas.
La compañía de Silicon Valley ha pensado en todo, incluso en los miopes. De hecho, ya ha lanzado cuatro monturas con lentes graduadas, un producto que está disponible bajo encargo a través de la página web de la empresa. Todo ello para que lleguen al consumidor general este mismo año, según los planes de Google.