¿Fechas entrañables?
Para algunos, estos días son sinónimo de magia y felicidad. Para otros, un tormento intolerable. Habrá también un término medio, e incluso, quienes cambian de percepción según le vayan las cosas. Vayan las siguientes líneas para todos, gozantes, sufrientes o indiferentes de la Navidad... que es una vez al año
J. V.- Antinavideños, pronavideños e indiferentes. Esas son las tres opciones. ¿Cuál crees que la mayoritaria?
I. Q.- No sabría decirte porque quizá cada día la clasificación se resume a dos: consumistas y no consumistas. El espíritu clásico de la Navidad, el que hemos vivido las personas de mi generación, hace tiempo que yo no lo percibo. Recuerdo con cariño y con arrobo la época de la Navidad de mis 16 años. Los regalos eran una sorpresa, nunca se excedían de lo que era razonable, solían ser cosas necesarias e imprescindibles y el festejo, sobre todo el de la Nochebuena, era en casa y con bastante solemnidad. Hoy yo veo que esto ha cambiado y, respetando que muchas personas no se pueden permitir excesos, veo otro ambiente. No hay secretos, no hay complicidades para esconder los regalos hasta el último minuto de la prórroga, y el festejo se hace fuera de casa. Me llama la atención ver a los jóvenes que me rodean cenando en Nochebuena y mirando continuamente el reloj para salir en estampida en cuanto se ha recogido el premio anual. Una vez hecha esa reflexión, creo que las personas son pro o anti en función de cómo echan de menos aquellos tiempos en los que la Navidad era una fiesta religiosa.
J. V.- Yo, que he sido bastante grinch, sostengo que la paradoja es que los antinavideños son un ingrediente bastante navideño. Vamos, que hay mucha impostura o "postureo", como se dice ahora.
I. Q.- Hombre, es cierto que los gruñones son una parte mas del escenario de la Navidad, sin la cual no habría lugar a la protesta. Pero hay gente que hoy en día no asimila la paganización (si es que existe la palabra) de las fiestas y lo que desea es que pasen lo antes posible sin quejarse demasiado. Inclusive ya ni colocan el árbol, ni el belén que han sido siempre los elementos imprescindibles de la Navidad.
J. V.- Más allá de ese postureo de algunos, lo cierto es que hay personas que lo pasan muy mal estos días. Un caso bastante sencillo de entender: quien ha tenido una pérdida reciente en su familia. Esa silla sin ocupar hace mucho daño.
I. Q.- Sí, las personas a las que el final del ciclo natural de la vida las separa de seres queridos suelen verbalizar que les gustaría dormirse el 23 de diciembre y despertar el 8 de enero del año siguiente. Si las costumbres siguen cambiando al ritmo que van, esto pronto dejará de ser un problema porque las connotaciones afectivas personales que ha tenido la Navidad se van perdiendo y este período pasará a ser una ocasión más de salir de fiesta y de viajar. Esto del ocio nos va a terminar por engullir.
J. V.- Cuando la economía no te sonríe y ves que difícilmente vas a llenar la mesa o a satisfacer las peticiones de regalos de los peques, también son un trago estas fechas.
I. Q.- Pues yo creo que sí. Y esto ha ocurrido toda la vida. Siempre ha habido familias con dificultades económicas que no se han podido permitir algunos de los lujos asociados a la Navidad. Lo que ocurría es que lo compensaban con la otra parte, con la afectiva, con la cita para recordar y pasar un buen rato con los que se quería. Hoy también ocurren dos cosas: una, que las dificultades están muy extendidas; y la otra, que hay más de una generación de jóvenes que han nacido y crecido en la mayor de las abundancias y que les cuesta adaptarse a estos tiempos tan difíciles, sobre todo porque están habituados a conseguir ciertos lujos a base de establecer comparaciones con las personas que les rodean (fulanito, fulanita tiene esto...) Y si las comparaciones siempre han sido odiosas, ahora lo son más que nunca.
J. V.- Luego está ese arma de cuádruple filo que es la familia. Los malvados suelen preguntar: "¿Estas navidades, bien o en familia?". Los índices de tolerancia a yernos, cuñados y demás no andan muy altos en general...
I. Q.- Esa es una cuestión extremadamente común en las personas cuando nos relacionamos con otros seres que nos vienen impuestos. Cuando conocemos a las que son nuestras parejas, las conocemos solas y posteriormente vamos conociendo a otras personas, algunas de las cuales gustan y otras son un verdadero fastidio. Lo que suele ocurrir es que el pack viene completo y puede no compensar hacer distinciones. Cuando se trata de nuestros amigos de la juventud, los recordamos como los hemos conocido y en ocasiones las parejas que escogen han construido una relación en base a otros valores diferentes y muchas veces la adaptación de todos es una tarea imposible.
J. V.- Claro que es todavía más difícil de llevar tener que pasarlas en soledad porque ya no se tiene familia o se tiene lejos.
I. Q.- En esto hay de todo, como en botica. Esto depende de la autonomía de cada uno. Confieso que para mí las Navidades desde que mis padres no nos reúnen a cenar y desde que no les cuento a mis hijas mi mentira piadosa favorita, ya me dan lo mismo y no tengo inconvenientes en estar solo y cenar un par de deliciosos huevos fritos (vaya manjar). Hablábamos de los sentimientos la semana pasada y quedábamos en que los generan nuestro pensamiento, nuestra razón, y esa la podemos conducir camino de la adaptación solos o acompañados, inclusive alternando.
J. V.- Ya he dicho que me estoy domesticando, pero sigo llevando fatal cómo se incrementa el caudal de hipocresía general, que ya va alto de por sí. Como decía un amigo mío, los mismos que te hacen la pascua te desean felices pascuas...
I. Q.- Estoy de acuerdo contigo, pero cada vez menos. Ya en las guerras se siguen sacando los ojos como cada día sin adoptar aquellas famosas treguas que lo que venían a decir es que no había publicidad en los medios. El odio no coge vacaciones nunca y no festeja en familia. En la vida diaria esto empieza a calar y ya apenas nos enviamos felicitaciones (sólo a los mejores) y nos comunicamos para enviar el chiste más ingenioso por WhatsApp.
J. V.- Supongo que las navidades tendrían menos detractores si no las identificáramos con el consumismo que las envuelve. Para pasarlo bien, no hace falta que pongamos en la mesa la langosta más cara del mundo.
I. Q.- ¡Vivan los huevos fritos! Estoy de acuerdo contigo. En estos tiempos más que nunca hay que estar agradecidos por tener un trozo de algo que llevarse a la boca, algo que te abrigue, o un centro de acogida que cobije, y un centro sanitario adonde ir si por extrema necesidad tienes que comer alimentos caducados. Esa crudísima realidad que vivimos nos debería despertar del sueño del lujo a toda costa para agradecer a la vida el regalo inmenso que nos ha hecho dejándonos nacer en esta parte del mundo.
J. V.- Cuando hay txikis cerca, es más fácil tener espíritu navideño, ¿no crees?
I. Q.- Ya lo creo. Ahora yo creo que un poco menos (como padre, siempre pienso que mis hijos son mejores que los de otros aunque no sea verdad). Y lo digo porque hemos convertido a nuestros peques en verdaderos depredadores de objetos, lujos y ocio. No hace mucho el mero hecho de descubrir que los sueños plasmados en una carta eran posibles, y que además lo eran se enviase la carta a la oficina que se enviase (txapela, renos, camellos), era ya suficiente. Hoy ya no. El relato del niño que descubre el fuego el día de Navidad y que tantas veces he contado, lo veo menos posible hoy en día.
J. V.- A lo mejor el secreto está en dejarse contagiar... o en pensar que para el 7 de enero todo habrá pasado...
I. Q.- Yo, que no soy monárquico, para el día 26 he terminado de largo.
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