JV.- Seguramente todos hemos visto el clásico cartel de bar que dice 'Hace un día fantástico; ya verás cómo viene alguno y lo joroba'. A esos nos referimos en estas líneas, a los especialistas en fastidiar al prójimo. Una especie abundante, diría yo.

IQ.- Pues sí, y en los tiempos que corren, algo muy frecuente. En un mundo tan competitivo en el que la envidia y la avidez por ganar son la moneda de curso legal, hay muchas personas dispuestas a fastidiarte porque sí. Normalmente, suelen ser personas de las que prefieren que los logros no sean de nadie si no son suyos. Otras veces son puramente insatisfechas u hostiles y que no pueden controlarse.

J.V.- Salvo casos extremos, no provocan daños graves. Lo de estos tipos es más bien la -con perdón- jodienda

I.Q.- Como bien dices, hay casos extremos que sí generan mucho malestar. Los otros a los que haces referencia, los que ejercen las 24 horas del día con especial insistencia, se dividen en dos grupos: los más torpes y los menos torpes. En función del grado de inteligencia son más o menos conscientes. Las personas más torpes además de no darse mucha cuenta de lo molestas que son, se pueden llegar a creer que tienen gracia.

J.V.- Vayamos caracterizándolos para que resulten más identificables. Empecemos por los eternos guasones que necesitan víctimas para sus chistes y que, por supuesto, no soportan ser objeto de ninguna broma. ¿Qué hay bajo su comportamiento?

I.Q.- Mucha necesidad de notoriedad, mucha tensión que les impide mantenerse en silencio y calibrar cuándo y dónde una broma facilita un encuentro o cuándo molesta a los demás. Personas inseguras que, más allá del sano ejercicio del buen humor, necesitan acaparar el tiempo de los demás. Histriónicos superficiales que, más allá de la gracia banal, no tienen recorrido como personas. Usan los adjetivos superlativos, las gesticulaciones y los giros repetidos, pero no van más allá. Esconden su crueldad detrás de estas pseudobromas y también su cobardía. Se mueven en la ambigüedad y es típico que cuando se les piden cuentas por algo que hacen o que dicen y que resulta ofensivo, suelten el consabido era una broma.

J.V.- También están los supersinceros; esos que sin venir a cuento te sueltan que te sienta de pena la camisa que llevas, que tu coche es una tartana, que eres el peor jugador de mus que conocen o que tu pareja es fea con ganas. Y tan panchos.

I.Q.- ¡Hombre! ¡Si me estás hablando del Sr. Judall de la película Mejor Imposible! Pitufos gruñones, con una hostilidad latente que no se suele convertir más que en agresión verbal. Sarcásticos, pero al final, buenas personas que se quedan con el perro del vecino (también con la chica de la peli) al que malcrían diciéndole perrerías (nunca mejor dicho), que el chucho nunca se cree.

J.V.- Sigamos con los "¡Pues menudo soy yo!", que montan enormes pifostios porque les han servido el café un grado más frío de lo que se debe, porque les parece que la señora de delante de la cola se está demorando más de la cuenta o porque el jabón del aseo no es de su gusto.

I.Q.- Estas personas son sensitivas, un poquito paranoicas y personalizan en su contra cualquier cosa que se diga o se haga y que no sea de su agrado. Entienden que el mundo funciona según sus propias necesidades y no saben mirar otro reloj que no sea el suyo propio. Si van con prisa, están tocando la bocina del coche cuando empieza a parpadear el semáforo de los peatones, pero aparcan en triple fila a saludar a sus amigotes, cortando el tráfico y enfadándose porque los demás piden paso. Suelen ser personas bastante agresivas cuando se les lleva la contraria.

J.V.- Dediquemos un párrafo a los 'Tolosas', que nada tienen que ver con la localidad del Oria, sino con el hecho que 'todo lo saben'. O eso dicen. Saques la conversación que saques, ellos son los máximos expertos.

I.Q.- Personas algo parecidas a las graciosas que hemos descrito en primer lugar. Normalmente, gente insegura, con necesidad de exponer lo mucho que saben y que dedican horas a memorizar frases de autores célebres para soltarlas cuando están acompañados. No suelen ser personas envidiosas o por lo menos, no tanto como esas primeras de las que hemos hablado. Su fragilidad es manifiesta cuando alguien les corrige o cuando la conversación que han promovido ya no da para frases hechas, que es a partir de cuando quedan en evidencia. Pueden sufrir mucho.

J.V.- Los notarios son esos que necesitan dar siempre la nota. Anuncian su presencia a gritos y dan por hecho que su conversación interesa a cincuenta metros a la redonda.

I.Q.- Ya tengo algún buen amigo así. Personas exaltadas, apasionadas y normalmente entrañables a las que basta que no les juzgues para que se entreguen. Personas hipertímicas y desinhibidas ya sin un trago encima, con que si ya llevan dos, te cuento un cuento.

J.V.- Habría muchos más, pero terminemos con los polemistas irredentos; esos que, digas lo que digas no están de acuerdo y te lo hacen saber con expresiones como "No tienes ni puñetera idea" y similares. Diez minutos después, eso sí, los ves defendiendo lo contrario.

I.Q.- Estas personas mezclan un poco del tipo del señor Judall con el que está esperando a que cambie el semáforo del peatón para empezar a tocar la bocina. Personas un poco tercas (yo distingo entre obstinado y terco) e iluminadas, siempre en posesión de la verdad absoluta, tanto cuando defienden una postura como la diametralmente opuesta en un foro paralelo.

J.V.- Frente a estos y a los que nos hemos dejado... ¿Tolerancia cero? ¿Resignación cristiana? ¿Una vía intermedia?

I.Q.- Hombre, hay que clasificar. No todos los tipos de personas de los que acabamos de hablar son intolerables, ni todos los grupos que he descrito son homogéneos. Hemos destacado a los modelos, a aquellas personas que presentan estos rasgos de forma exagerada. Pero muchos de nosotros, que tenemos rasgos de personalidad aislados que concuerdan con los de algunas de estas personas, en ocasiones nos comportamos de forma muy similar. Nos puede distinguir el que nos demos cuenta y tomemos nota. Hay que marcar el terreno solo a aquellas que son un fastidio para el espíritu por una reiterada falta de respeto.