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Una de las últimas monjas agustinas del convento de Durango

Una de las últimas monjas agustinas del convento de DurangoFoto: DEIA

maruri-jatabe. La hermana religiosa Fidela Eguía Aguirre nació hace 80 años en la localidad vizcaina de Maruri-Jatabe y falleció el pasado día 7 en Errenteria. Los funerales por su persona y su entierro se llevaron a cabo al día siguiente en la localidad guipuzcoana. Fidela Eguía fue una de las últimas monjas agustinas del ya cerrado monasterio de Durango.

Esta mujer perteneció a una familia numerosa en la que conoció y vivió la fe cristiana desde niña. Cuando rondaba los 30 años eligió dar un paso más en su compromiso religioso católico y optó por entrar en el monasterio Santa Susana, de monjas agustinas de Durango, con sede en Komentukalea. Según explican sus compañeras de la comunidad de Errenteria, donde residía en los últimos tiempos, el convento vizcaino era un "lugar conocido para ella, pues para entonces estaban allí tres primas suyas, de las cuales, dos todavía viven".

Estas mismas personas definen a Fidela como una "mujer que recordó con cariño y alegría tanto a su familia como a su pueblo". Según relatan, en la comunidad Eguía Aguirre destacó por su humildad y sencillez, así como por estar en todo momento disponible para las hermanas religiosas, "especialmente cuidando con mucho cariño a las enfermas", subrayan sus compañeras.

En el colegio que la orden agustina tuvo en Durango, la de Maruri-Jatabe enseñaba labores, siendo "muy apreciada tanto por todo el alumnado como por los padres y madres de los mismos".

Debido a la situación que vivían en la comunidad de la villa vizcaina por la edad avanzada de las hermanas, y sin posibilidad de renovación, "hace cuatro años, más o menos" -valoran las compañeras guipuzcoanas-, cerraron el monasterio de Durango, y las que quedaban "se diseminaron por distintos monasterios de la federación", agregaron. Tres de ellas se incorporaron a la comunidad de Errenteria, siendo Fidela una de ellas.

Durante los cuatro años que ha permanecido en su nuevo destino ha mantenido su tónica de ser y de actuar, "estando siempre dispuesta a ayudar: gestos y trabajos sencillos y pequeños, con humildad, silencio, siempre con una sonrisa? Su cuerpo era pequeño pero su corazón grande y abierto. Y el momento final de su vida en este mundo fue igual: sin ruido, sin dar trabajo, en un aliento de respiración sosegado a consecuencia de un derrame cerebral fulminante", valoran con cariño sus compañeras y concluyen: "En ella se ha cumplido, ya, la firme e inquebrantable experiencia que San Agustín nos ha transmitido: Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti".