Pensar y hacer, ¿es tan difícil ser coherente?
El planteamiento es sencillo: hacer que nuestros actos coincidan con nuestros pensamientos y ser consecuentes con el resultado. Poco más o menos, la coherencia es eso. Llevarlo a la práctica resulta más complicado
J. V.- Permíteme una maldad de saque, Imanol. Estos días de cambio de color en el Gobierno son muy apropiados para detectar coherencias e incoherencias...
I. Q.- No sé por qué le ves maldad. Hay personas que son incoherentes por comodidad o por cobardía. Otros lo hacen por interés y además pretenden ganar el favor de los que hasta ayer eran adversarios, porque no tiene otra manera de destacar. Sorprende ver personas vinculadas a lo público que ejercitan la postura genuflexa con quien haga falta como única habilidad. Y lo peor es que todo el mundo les conoce pero hay quien les sigue dando confianza. También se puede decir que hay gente coherente en la desvergonzura, nunca ofrece nada decente.
J. V.- Aclaremos, en cualquier caso, que ser coherente no está peleado con ir cambiando de forma de pensar a lo largo de la vida. La evolución es natural; los bandazos, menos.
I. Q.- Estoy de acuerdo. A medida que vamos viviendo, vamos recibiendo información, vamos acumulando experiencia y criterio. A veces se cambia de actitud de forma puntual haciendo crítica y buscando lo mejor en cada momento con transparencia y honradez. Lo de los que sacan el brillo a varias chaquetas, a sus forros, ya es algo deleznable. Hay una frase que compara a las personas que obran así con las ratas, que siempre abandonan el barco cuando se hunde. Me parece muy ilustrativa y acertada.
J. V.- En la anterior pregunta, me centraba en la coherencia a lo largo del tiempo. Llevemos el asunto al día a día. Que no coincida lo que digas con lo que hagas: ¿es eso la incoherencia?
I. Q.- Como te decía, puede que alguna vez eso te ocurra y tú lo puedas explicar. Ahora bien, estar permanentemente haciendo lo contrario de lo que se dice no se entiende muy bien. No me fiaría mucho de quien procede de esta manera y no lo puede explicar. Eso es como el que dice que te pega o te hace llorar porque te quiere.
J. V.- Fulanito tiene un discurso ideológico rojo oscuro, pero vive en un casuplón, tiene un Ferrari y bebe Chivas 20. Si le sacas el asunto, dice: "Bueno, mis pequeñas contradicciones..." ¿Diagnóstico?
I. Q.- Hombre, no he visto en ningún sitio que diga que ser rojo oscuro obligue a no tener nada, que a veces parece que sólo se puede ser rojo oscuro si no se tiene nada. Tampoco creo que el objetivo de las ideologías de izquierda sea que todos seamos iguales en la pobreza. Estaría genial que lo mucho que hay y está mal repartido se repartiese mejor porque nos igualaría a todos por arriba y viviríamos mejor. Ojalá todos pudiésemos disfrutar de buenas herramientas o de pequeños lujos que no tendrían por qué ser un coche, una mansión o una buena copa. Pero lo que preguntas en concreto es otra cosa y en mi lenguaje se llama cuento chino.
J. V.- En todo caso, y fuera ya de Fulanito, todos tenemos verdaderas pequeñas contradicciones. ¿Es grave, doctor?
I
. Q.- No es grave y como se decía en Tintín, yo aún diría más, son necesarias. De las contradicciones surge el debate, la necesidad de ser crítico, el contraste de hipótesis y el crecimiento. Esto es como los pequeños vicios ocultos que todos cultivamos y que nadie sospecharía que tenemos. Sabemos que hay que prescindir de ellos pero el objetivo con ellos es esforzarnos por prodigarlos lo menos posible y, desde luego, si sucumbimos a la tentación de hacerlo, que sea sin dañar a nadie. La perfección no existe y el objetivo que buscar, lo repito una y otra vez, es la excelencia.
J. V.- ¿Cómo comprobamos si estamos siendo de verdad coherentes? Da tanta pereza hacer examen de conciencia... Además, podemos suspender.
I. Q.- Siendo muy emocional y muy sincero, te diría que esa comprobación se hace efectiva si nos podemos seguir mirando al espejo reconociéndonos y sin sentir vergüenza. Otra forma es cuando recogemos el respeto y el aprecio de personas intachables. Si lo hacen es porque no lo hacemos excesivamente mal. Todos sabemos quiénes son esas personas respetables cuyo reconocimiento es un verdadero alimento para el espíritu y un certificado de nuestra coherencia y de nuestro buen hacer.
J. V.- Supongamos que hemos hecho el examen de conciencia y, en efecto, nos damos cuenta de que nos hemos salido de la línea. ¿Cómo volver a ella? Es muy tentador dejarse llevar.
I. Q.- Son muy tentadoras muchas cosas que no hacemos porque no están bien. Cuando hacemos el examen de conciencia y nos vemos fuera de la raya nos debemos de autoinculpar, autocriticar y corregir la desviación. ¿Cómo volver? Pues, sencillo: desandando el camino recorrido.
J. V.- Luego hay otra cuestión: la experiencia dice que la coherencia se paga. En la vida lo tienen más fácil los que son capaces de adaptarse a lo que sea. Te lo he escuchado a ti mismo...
I. Q.- Te puedes adaptar a hechos puntuales sin renunciar a tu patria interior ni a tus ideas y sabes que lo has hecho cuando te reconoces y te reconocen los demás. Hay quien tiene que adaptarse para sobrevivir con canallas sabiendo que é o ella no lo son y no perdiendo la ruta. Se puede sobrevivir sin venderse. Respecto a que lo de que la coherencia se paga, no estoy muy seguro. Puede que en algún episodio suelto sea así, pero en la obra completa, que es la vida, la coherencia, no la obstinación, creo que siempre tiene premio.
J. V.- Y si veo que alguien a quien aprecio empieza a dar muestras de incoherencia, ¿lo dejo correr o se lo digo? ¿Cómo?
I. Q.- Si le quieres de verdad, hay que decírselo. Creo que fue en la primera entrega de esta nuestra nueva manera de comunicarnos con las personas a través de la letra escrita en la que dije que decir a una persona que queremos algo que creemos que hace mal es un verdadero acto de amor. Hoy lo ratifico sin la menor duda.
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