Bilbao

la clave para pelear con éxito contra la marea negra del Prestige fue que no se esperó a la llegada del chapapote a la costa, sino que fuimos en su busca a la mar y eso evitó gran parte del problema. Nos anticipamos al chapapote", enfatiza Iñaki Zabaleta, presidente de la Federación de Cofradías de Pescadores de Bizkaia, cuando desentraña la sobresaliente movilización de la flota vasca, coordinada desde la mesa interinstitucional creada por el Gobierno vasco para encapsular y pescar el vertido del Prestige, cercándolo en la mar, sin esperar a que ese Leviatán, un gigante implacable, poderoso, viscoso y tóxico alcanzara el litoral con la virulencia que lo hizo en Galicia, Asturias y Cantabria. "Había que parar el chapapote en la mar. Teníamos muy claro que, en lo posible, no tenía que tocar la costa porque de lo contrario el problema se multiplicaría", repasa Zabaleta, sobre aquel viaje lunar por desconocido.

La operación, repleta de aristas, para cazar el chapapote tuvo mucho del espíritu primigenio que siempre impulsó a los pescadores a alcanzar confines como Terranova. "Fue una aventura extraordinaria porque era un episodio absolutamente nuevo para nosotros", dice mirando al espejo de la memoria Josu Santiago, investigador especializado en biología pesquera y miembro de Azti-Tecnalia, (organismo científico que asesoraba la mesa), y actor principal de un capítulo que exigió una respuesta sin precedentes por la magnitud de la misión encomendada y que obligó el mejor maridaje y encole posible entra la Administración vasca y el sector pesquero. La flota vasca en su totalidad, de punta a punta, vendimió 21.000 toneladas de chapapote entre febrero y marzo de 2003 cuando la marea negra más enrocó su posición. "En ese aspecto el trabajo en común fue otra de las razones para que todo saliera bien. Las cosas se hicieron con criterio desde el comienzo y eso resultó fundamental. Fuimos todos a una", coinciden Zabaleta y Santiago.

La batalla naval, un Trafalgar contra el chapapote, situó el campo base en diciembre, poco después de que el Prestige, caído en desgracia, se hundiera el 19 de noviembre, a 250 kilómetros de las costas gallegas, que devastó sin contemplaciones, despiadado. "Ya en diciembre, tal vez antes, desde el Gobierno vasco nos preguntaron sobre qué creíamos que podía pasar, sobre cuál sería la dirección que podía tomar la marea negra. Siempre nos consultaron, desde el comienzo, y eso que la marea negra todavía estaba muy lejos. Nos decían que nosotros éramos los expertos. Las instituciones siempre contaron con nuestra opinión", indica Iñaki Zabaleta sobre aquellas reuniones embrionarias que pretendían establecer un rumbo, una hoja de ruta y una metodología para limpiar aquella amenaza negra, enorme.

Manos a la obra Despejadas las dudas, evitando la parálisis, fatal en esta clase de catástrofes donde acortar el tiempo de reacción (algo que no sucedió en la vertiente gallega de la marea negra, pésimamente gestionada) es un requisito indispensable para atacar el problema con más posibilidades de éxito, el Gobierno vasco, los técnicos y el sector pesquero al unísono comenzaron con la faena. "Se hizo un seguimiento exhaustivo de lo que estaba ocurriendo y de la deriva de la mancha. Se pedía información, se estudiaron alternativas. La cuestión era prepararse lo mejor posible para darle una solución a un problema de enorme. Con todo eso se tomaron decisiones", desliza Josu Santiago, que reconoce que algunas de ellas "fueron arriesgadas, pero necesarias".

Mientras la marea negra se adentraba en aguas de Cantabria, desde Bermeo, puerto refugio de la flota, epicentro del operativo, se enviaron las primeras embarcaciones con la tarea de explorar aquel territorio hostil. Los botes que acudieron con la curiosidad de un Juan Sebastián Elcano, la que siempre impulsó a los marinos, sirvieron como toma de contacto con el chapapote y laboratorio para experimentar soluciones prácticas de cara al futuro. "Lo teórico no siempre funciona. Había que adaptarse a las circunstancias", indica Josu Santiago, que añade: "Recabamos toda la información posible. Se habló con empresas estadounidenses especializadas en la limpieza de vertidos, se probaron bombas de succión...".

En esa primera incursión contra el asfalto flotante, los barcos ennegrecidos, la avanzadilla de zapadores de la mar, se pertrecharon con distintas herramientas para comprobar cuál sería su respuesta ante la realidad. "Lo importante era saber qué nos podía servir y qué no. Queríamos saber qué era lo más eficiente para recoger el chapapote", analiza Iñaki Zabaleta. "La experiencia nos hizo apostar por una especie de sardas que se modificaron convenientemente para mejorar la recogida y por unas azadas para romper las manchas antes de recogerlas, que no eran galletas, precisamente. Era el método más efectivo, con lo que mejor se conseguía el objetivo".

Nadaba el combustible aún por el balcón marítimo de Cantabria y en Euskadi, con la información obtenida de primera mano del bautismo en el chapapote, reunidas todas las partes alrededor de la mesa interinstitucional creada por la crisis del Prestige, se sintonizó sobre las coordenadas a seguir. "No esperamos a nadie, fue una iniciativa propia del Gobierno vasco. Era evidente que el chapapote llegaría a nuestras costas después de afectar a Galicia, Asturias y Cantabria. Las decisiones fueron ponderadas y consensuadas, pero lo que teníamos claro es que había que ir a por el chapapote, que no podíamos esperarlo en tierra. Había que anticiparse", consideran Santiago y Zabaleta sobre el plan de choque consensuado con las autoridades de Lakua. El dique previsto por la administración vasca, que poseía técnicos de amplios conocimientos en la materia -"es gente que conoce la mar, buenos profesionales", según reconocen Zabaleta y Santiago-, levantaría una muralla móvil en la mar, un cerco firme, sólido, pero flexible.

La flota, al completo Más de un centenar de embarcaciones, desde Hondarribia hasta Santurtzi, orquestadas desde el atril del gabinete de crisis, partieron a recoger chapapote desde la bocana de Bermeo hasta adentrarse a más de un centenar de millas, una operación que no resultó sencilla porque la meteorología tampoco tenía intención de ofrecer una tregua, de plantear un armisticio. En suspenso la campaña pesquera por el estado de la mar, contaminada, la flota de bajura vasca se deslizó hacia el horizonte negro del galipote, un dragón de siete cabezas. Para seccionarlas, las embarcaciones fueron equipadas con diferentes instrumentos de recogida de chapapote. Las embarcaciones también fueron pertrechadas en cubierta con contenedores de basura que dentro contenían sacos que se emplean en la construcción capaces de soportar una tonelada de peso. "Fue duro, una cuestión de doblar la cintura. Sufrieron los riñones y el estado de la mar tampoco ayudaba muchas veces", dice Iñaki Zabaleta. "Sin divisiones, todos a la vez, el sector pesquero dio el callo en aquella batalla. Se trabajo mucho y bien", refleja sin dudas Josu Santiago.

El pleito contra la marea negra, el pulso extremo, exigió lo mejor de los pescadores, balizados por los informes que llegaban desde el centro neurálgico, la mesa interinstitucional, caleidoscópica, en la que estaban representadas las diferentes sensibilidades. El vertido se rastreaba también desde el aire mediante aviones y helicópteros. Además, las informaciones que almacenaban las boyas de deriva colocadas por Azti-Tecnalia frente a Llanes cuando el fueloil discurría en la primera semana de diciembre por Asturias sirvieron de guía. Los canales de datos eran tan variados como necesarios para encimar el mapamundi que describía el chapapote. El seguimiento de la deriva del vertido era un asunto capital, básico, para que el operativo fuera eficaz.

Lágrimas negras El 7 de diciembre se hicieron a la mar 28 pesqueros vascos y cántabros para luchar contra la contaminación. La gran movilización, el zafarrancho de combate, se produjo en lo meses de febrero y marzo de 2003, cuando más de 150 embarcaciones confrontaron la penosa situación. La marea negra atacaba lanzando puñetazos de chapapote sin descanso en el ring del Golfo de Bizkaia. "Recuerdo que aquel día desde la Consejería nos avisaron que venía lo más gordo. Eran las diez de la mañana y las tripulaciones, después recoger chapapote y descargarlo en el puerto sin parar, estaban cansadas. Pero nos dijeron que no se podía descansar. Era necesario salir porque la situación era muy mala", diserta Iñaki Zabaleta. Cuando llegaron al lugar donde se les solicitó, Zabaleta, un hombre con agua de mar en las venas, se derrumbó frente a una visión apocalíptica. "Nunca se me olvidará aquel día. Lo que vimos fue desolador. He pasado toda mi vida en la mar, con temporales, con mala mar, en situaciones muy complicadas, pero aquello.... cuando lo vi, cuando vi todo aquello, cómo estaba la mar, absolutamente negra, me eché a llorar...".

El desconsuelo, el color negro zaíno, la piel oscurísima del fueloil, que en contacto con el agua gana en peso y volumen -"lo que complica su extracción", matiza Josu Santiago-, no derrotó, sin embargo, a aquellos pescadores, blancos los buzos, trabajadas las manos, inasequibles al desaliento en su enconada y corajuda lucha contra el catálogo infernal del fuel, que parecía no tener fin. "No sé cuántos viajes y descargas se hicieron. Aquello era un no parar", comenta Zabaleta sobre aquella costera del chapapote.

En quince días, entre el 6 y 21 de febrero, el dispositivo de lucha dispuesto por el Gobierno vasco contra la marea recogió 16.395 toneladas de fuel en la mar, una media de 600 al día, mientras que en la costa alcanzó las 55 toneladas. Por cada tonelada de chapapote arrancado de las costas, en la mar se almacenaban 9,5 toneladas. "Anticiparse fue fundamental", exclama Zabaleta sobre un operativo que almacenó decenas de miles toneladas sacadas de la mar y que apiló 3.000 toneladas de residuos contaminados en el litoral.

Esa apuesta de limpiar el fueloil en la mar fue el chaleco salvavidas del litoral vasco, el más aliviado de los que componen el Golfo de Bizkaia, aunque la huella dactilar de la marea negra fue visible en muchos puntos del litoral, que también debió pasar por el túnel de lavado en una acción coordinada entre distintas instituciones y en la que también fueron convocados los voluntarios. "Pero de no haber salido a la mar, la situación hubiera sido mucho peor", puntualiza Josu Santiago. Convencidos ambos de que la unión sin fisuras entre los despachos y los timones, entre las corbatas y los buzos blancos fue la vitamina que alimentó aquel operativo, tanto Zabaleta como Santiago opinan que el resultado de aquella lucha "resultó muy positivo. Las cosas se hicieron bien. Remar todos en la misma dirección fue definitivo. Salir a buscar el chapapote y no esperarlo, anticiparnos a él".