Bilbao. Conocí a Gregorio Gorroño los primeros años de la década de 1960, cuando las cofradías de Iurreta carecían de medios, dado que no les autorizaban la corta o la entresaca de árboles de sus montes. Para entonces, Gorroño en compañía de otros varios junteros de las cofradías o barriadas de Iurreta había ya iniciado frente al Ayuntamiento de Durango la campaña de defensa de los montes que les pertenecían. Varios años llevaban en una lucha desigual en la que se negaba a las cofradías personalidad jurídica para ser titulares de bienes.
Asesoradas y apoyadas por los abogados Carmelo y Jesús de Renobales, dado que no había dinero para pleitos, iniciaron las cofradías el expediente para convertir a Iurreta, anexionada a Durango desde mil novecientos veintitantos, en una entidad local con personalidad propia como base para acceder a la titularidad de los montes. Para ello recogieron las firmas del vecindario reuniendo desde las primeras horas del día a los vecinos de cada cofradía en las respectivas ermitas. Era la forma de sortear la persecución oficial de las reuniones: rezar el rosario en lugar sagrado y, entre tanto, ir pasando a la sacristía para firmar las peticiones que exigía al efecto la legislación vigente. Gregorio y demás junteros sufrieron toda clase de presiones del Ayuntamiento. Hasta llegaron a encarcelarlos como medida de doblegar su voluntad. En todo el proceso de defensa de sus derechos tuvieron la suerte de que un registrador de Durango concienzudo se negara a inscribir la titularidad de los montes a favor del Ayuntamiento, porque figuraba en el registro a favor de las cofradías.
A partir de mi entrada en escena, mucho más modesta de lo que había sido hasta entonces la actuación profesional del despacho al que yo pertenecía, mi contacto con Gregorio y con otro juntero insigne, Mendibe, fue constante. Sin ánimo de hacer de menos a una persona muy superior a lo corriente como Mendibe, ni a los demás junteros y vecinos comprometidos de las cofradías, aquí voy a centrarme en Gorroño.
cabal e inteligente Fue Gregorio una persona cabal, de una inteligencia natural privilegiada que dejaba asombrado a cualquiera con frecuencia y, sobre todo, en las ocasiones cruciales. Honrado hasta el extremo, como otros junteros, no cejó en la defensa de los derechos de su vecindario, ni siquiera cuando hubo de soportar una detención, totalmente arbitraria e injusta, con otros compañeros de la junta. Hombre tenaz, de firme voluntad en la defensa de la razón que sabía le asistía, y, como tal, enérgico, pero comedido, respetuoso y enormemente educado. Excelente amigo del que tuve que aprender no pocas cosas y con el que disfruté del privilegio de pasar ratos sumamente ilustrativos y agradables.
Hasta después del arreglo amistoso de las dificultades en el año 1973, mi relación con él y con su señora -persona también notable- fue regular. Siempre fecunda e ilustrativa para mí. Después las complicaciones de la vida hicieron que se fueran relajando las visitas y últimamente no sabía nada de él. Su fallecimiento, del que me he enterado por este periódico, me ha cogido totalmente de sorpresa. Ha sido una noticia dolorosa y absolutamente inesperada. Y a pesar de que hace algún tiempo que no le había visitado, el mundo sin él no es el mismo para mí.
Decanse en paz un excelente, entrañable y admirado amigo.