hAce dos domingos comenté que vendría a pasar unas semanas a Asturias. Aquí estoy, disfrutando de esta tierra verde que debe ser verde por las mismas razones que el País Vasco: ve muy poco el sol. Los días sin playa en una pequeña localidad costera discurren de manera apacible. Uno salta del periódico a la sidrina, de la sidrina a las parrochas, de las parrochas a las fabes, y de ahí a un buen libro. Cada dos días, para combatir la monotonía y favorecer la circulación sanguínea, uno se inventa una excursión. La de ayer fue a la cueva de Tito Bustillo.
La cueva fue descubierta en 1968 por el grupo de espeleología Torreblanca, entre los que se encontraba Celestino Bustillo, más conocido entre los amigos como Tito. Días más tarde Tito fallece en un accidente de montaña en los Picos de Europa y la cueva toma su nombre, in memoriam. La cueva se encuentra emplazada en el sistema kárstico del Macizo de Ardines y fue formada gracias a la erosión fluvial de la piedra caliza. Tiene varios miles de años, lo cual si no existieran métodos más precisos para ello podría ser calculado utilizando la montaña de excremento de murciélago paleolítico (y más contemporáneo) que baña uno de sus lados.
La característica más importante de esta cueva son sus pinturas prehistóricas. Su sala de pinturas y en especial su panel principal la convierten, según los expertos, en una de las cinco cuevas más importantes del mundo. Es la única que se puede visitar de todas ellas. En este panel se puede apreciar 12.000 años de arte paleolítico, empezando alrededor del año 22.000 antes de Cristo. En él podemos observar caballos, renos, bóvidos, ciervos... Todas las figuras son de gran tamaño, alguna de ellas excediendo los dos metros. Están realizadas en una gama de negro, rojo, violeta y tierras, y en ellas se percibe un incipiente claroscuro a base de tintas planas y de esfumados. La mayoría de las figuras están repasadas con grabado.
El naturalismo y la belleza de las figuras son sorprendentes; pero lo es más aún que los maestros pintores hayan utilizado la forma de la roca para dotar de tridimensionalidad a sus creaciones. La perspectiva lo es todo dentro de este panel principal; si observamos las figuras desde un punto de vista distinto al preconcebido por los artistas, las figuras se deforman ante nuestros ojos. Éstas figuras rupestres fueron pintadas a la luz de lámparas alimentadas de tuétano, y utilizando andamios de tres metros. En otras galerías de la cueva se pueden encontrar vulvas, cabras, figuras antropomorfas y una ballena. La representación de humanos y de animales marinos era inusual en el paleolítico.
Varias preguntas surgieron durante la visita. ¿Por qué los maestros pintores imprimieron estas figuras rupestres una y otra vez en el mismo panel durante ciento veinte siglos? ¿Cuál es el significado de estas pinturas? ¿Eran éstas objeto de creencia y fuente inspiradora de ritos? ¿Respondían las pinturas de las galerías más pequeñas a ritos periféricos o a herejías? Pocas respuestas pudo brindarnos nuestro amable guía.
Pensé mientras caminábamos en la oscuridad que históricamente el hombre ha erigido su simbología en los sitios donde solía yacer la del enemigo vencido; un ejemplo cercano es el de la catedral-mezquita de Córdoba. No pregunté si los caballos y los ciervos y los bóvidos habían sido pintados simultáneamente o respondían a tres cohortes de habitantes y tres oleadas de pintura; en el museo de arte rupestre no pude hallar una respuesta clara. La cueva de Tito Bustillo despierta este tipo de dudas y preguntas, nos maravilla y nos sacude… Como cuando observamos Machu Picchu por primera vez, bajo el sol naciente y desde las alturas, o nos adentramos en las profundidades de una pirámide de Gizeh, para sentir el frío y la falta de oxígeno de una cámara mortuoria.