Bilbao
EL reto es grande. Que Koldo Saratxaga (Sopuerta, 1947), reputado gestor, consultor y actual presidente de la asociación empresarial gbe-ner, Nuevo Estilo de Relaciones, y Alfonso Unceta (Donostia, 1957), decano de la Facultad de Ciencias Sociales y la Comunicación de la UPV/EHU, hagan un diagnóstico sobre los retos de la educación ante los cambios sociales que se perfilan. DEIA les reúne a raíz de la nueva época que se abre para el Máster en Gestión de la Innovación y el Conocimiento que imparte la universidad pública y que contará con la implicación directa de gbe-ner en su parte práctica. Pronto, los contertulios imponen su ritmo a la conversación. Los matices de un profesional acostumbrado a la reflexión que imprime Unceta se ven desbordados por la pasión cuasirrevolucionaria de Saratxaga, acostumbrado a la acción. Eso sí, es unánime su preocupación por las carencias del sistema educativo en este mundo cambiante.
En una entrevista en DEIA, Koldo Saratxaga dijo que todos, "empresarios, intelectuales, profesores y estudiantes están deseando que vuelvan los viejos tiempos para volver a hacer lo mismo", en referencia a la crisis. Defiéndase el profesor: ¿desde el mundo académico, no se debería estar reflexionando sobre lo que ocurre en el mundo?
Alfonso Unceta: El mundo intelectual, la universidad, en concreto, ha sido una institución durante siglos acostumbrada a que la velocidad del cambio fuera muy lenta. El conocimiento general que se transmitía mantenía un valor de uso durante generaciones. Ese paradigma se ha roto en el último cuarto del siglo XX, en el que el cambio en nuestras vidas no es un acontecimiento coyuntural, sino que es parte de nuestra forma de vivir. Cuando tienes que movilizar a cientos de miles de docentes en el mundo que deben replantearse su función social, cuando los programas académicos que tienen vigencia durante ocho o diez años hay que modificarlos todos los cursos, cuando los alumnos preguntan a los profesores y les discuten porque han visto algo en internet, todo cambia. Antes eran escenarios imposibles, porque el conocimiento era privativo y los maestros lo sabían todo. El conocimiento ahora se ha socializado. Creo que desde la enseñanza tenemos dificultades para ubicarnos en este nuevo escenario, pero igual que las empresas o el mundo de los trabajadores.
Koldo Saratxaga: Una de las características de la educación, y no me refiero a ningún estamento concreto, es que cuando quieres meter la mano en alguna universidad, colegio o ikastola se pone como excusa el marco global, que no le deja moverse. Por lo tanto, habrá que ir a los poquitos miles que tengo en mi pueblo, a las docenas de mi escuela a ver qué podemos cambiar. Hace treinta años, a mí no me interesaba que a mis hijas de 6 ó 8 años les mandaran notas, pero al 99,9% de los padres sí, porque la ley lo decía, y a los profesores les resultaba mucho más cómodo. En general, somos muy poco iconoclastas, las normas nos valen y nos hacen cómodos. Hoy, la educación sigue estando basada en asignaturas regladas, hay muy poca frescura porque ya está predeterminado lo que vas a ver en el curso, lo que vas a ver en octubre, en febrero y mayo. Los niños están todos en el mismo nivel, sin ninguna frescura de relaciones. Tenemos que hacer una revolución completa y no sólo desde el punto de vista de lo que vamos a transmitir sino del cómo. No puede ser que un profesor sea profesor durante 40 años, año tras año viendo pasar chavales, porque es muy difícil que sepa lo que pasa en el mundo en el que esos alumnos tienen que vivir.
Cuando se planteó la informatización de las aulas, el problema no fue tanto la compra de equipos o que los alumnos lo manejen como que los docentes fueran capaces de trabajar con esas herramientas.
A.U.: En el tema de las tecnologías ha habido cierta sacralización. Las tecnologías son medios pero no fines. La reflexión en educación no es tanto si ponemos o no ordenadores sino para qué.
K.S.: La persona es la que tiene que utilizar la herramienta de acuerdo a sus fines. Hoy, en internet, hallamos más conocimiento que el que puedan tener todos los profesores juntos de una universidad. De lo que se trata es de saber seleccionar y, a partir de ahí, relacionar nuestras reflexiones y vivencias con las consecuencia que sacamos de esas informaciones.
Más que de innovación está hablando de revolución.
K. S.: Absolutamente. No sirve casi nada de lo que tenemos en el modelo educativo. Pero los cambios van a tardar mucho porque no se habla de ello. Los políticos no hablan de educación, porque les sobrepasa y no ven que sea un tema de futuro, porque en cuatro años no se puede hacer nada. Son temas de largo plazo que no afronta nadie.
A. U.: Es complicado. El incremento de la educación favorece el aumento de las oportunidades en la sociedad y, cuanto más culta es esta, también es más justa, igualitaria y enriquecedora. Está claro. Lo que ocurre es que hasta la fecha la transmisión de conocimiento canónico que hemos conocido ha sido el sistema reglado y él adolece de todos esos problemas. Por ejemplo, en la escuela y las enseñanzas medias, el Gobierno establece lo que se ha de enseñar mediante el currículum. Cambiar un plan de estudios en la universidad puede llevar cinco o seis años una vez está aprobado. Hay tal distancia entre el ritmo del cambio social y el ritmo de adaptación de la educación reglada, que es un problema. Atisbo varios escenarios, pero uno va a ser aquel en el que se darán marcos más flexibles para la formación, porque, si no, será insoportable la distancia entre lo que pasa y lo que contamos que pasa, y eso va a acrecentar el grado de insatisfacción en los docentes, que ya existe.
K.S.: El tema de la educación está mal parido desde el origen. No hay dos personas iguales en el mundo, ni aunque sean gemelas. Pero, además, todos los días somos diferentes: hay días que estás eufórico y otros decaído, te pasan cosas... Sin embargo, tenemos una educación que nos uniformiza. Es una dictadura en donde empaquetamos a los chavales, que son las verdaderas joyas de la humanidad, los verdaderos diamantes en bruto, desde el 1 de enero al 31 de diciembre. A tu niño, haya nacido en enero o en diciembre, le sientan en la misma aula, con los mismos libros, los mismos exámenes y lo estandarizamos. Es una educación que estandariza lo mejor de la humanidad. Y, de entrada, sirve para que pensemos poco, nos van quitando nuestras ilusiones, nuestra creatividad, la innovación, la posibilidad de crecer en conocimiento, porque nos clasifican. Estamos en un país pequeño, podemos hacer maravillas en la educación con un país de dos millones de personas. Fíjate si sería una locura la ikastola, el pueblo, el país que rompa con eso, que quiera ser iconoclasta, que deje libertad para encontrar niños más creativos, soñadores, que es lo que demandamos. Decimos en las empresas que la gente no sueña, se anquilosa..., ¡pero si les has tenido 25 años sin pensar, estudiando de memoria!
A.U.: Lo que dices, Koldo, se puede resumir en la tensión que existe en la educación entre igualdad y mérito. Al principio, todos somos iguales cuando entramos en la escuela. Luego, nos va a clasificar por el mérito. Y ante el mérito hay varias estrategias. Hay gente que no quiere jugar ese partido. A mí, por ejemplo, no me gusta jugar a cosas a las que pierdo muy fácil. Hay chavales que no quieren ir a clase. Claro, es que igual no les apetece estar en un lugar en el que no se aprecia lo que hacen. Cuestión distinta es que trabajar con la heterogeneidad es muy complicado. Se dice muy fácil eso de que saquemos a cada uno sus potencialidades.
K. S.: Por eso da igual quién sea profesor, con todos los respetos, porque le pongan delante a 20, 30 ó 40 ya le han dicho lo que tiene que explicar.
A. S.: Eso digo, que no es sencillo. Y la educación no está al margen de lo que pasa en la sociedad. Lo hemos visto ahora con la selectividad. No hay más que hablar con profesores de Bachillerato que, independientemente de lo que piensan de cómo dar su materia, saben que a finales de junio sus chavales tienen que pasar unas pruebas. Conozco a excelentes profesores que al final claudican porque no pueden permitirse el lujo de no haberse visto los seis temas que caen en la selectividad. Pero es que, cuando llegas a la empresa, hay que presentar un currículum cuanto más alto, mejor. Está montada una sociedad en la cual el mérito está llamado a relacionarse con el éxito.
K.S.: Pero esa sociedad se cambia desde la educación. Es como la alimentación, como aquel al que aconsejan "hay que alimentarse bien, que tienes colesterol". Y contesta: "ya, pero es que todo el mundo se alimenta así". O te buscas una manera de comer diferente o te pones tu huerta, pero algo tienes que hacer. O cambiamos desde la educación o no hay nada que hacer. Los que tenemos cierta edad nos hemos dado cuenta de que ese es el camino que nos ha traído adonde estamos: a consumir, pedir dinero, tener riqueza, hipotecarse, pero sin saber de temas financieros ni de economía y, al final, acabamos pringados hasta las cachas.
¿La crisis ha servido para hacer reflexionar a los jóvenes sobre los cambios que demanda esta sociedad de ellos?
A.U.: Tendemos a proyectar sobre los jóvenes las sensaciones que percibimos los adultos. Me estoy acordando de cómo viví yo la crisis del petróleo, a principios de los 70, cuando entraba en la universidad: no tenía ninguna conciencia del tamaño de problema social que se estaba desarrollando. Me parece que ahora está pasando lo mismo. Pensamos que los jóvenes están viviendo esto con ansiedad, pero en realidad lo perciben de una manera lejanísima.
K.S.: A unos universitarios que ahora terminaban les pregunté si se habían dado cuenta de que algo está cambiando, de que estamos en una nueva era. Silencio de 20 segundos. Y no, no se habían dado cuenta. Eso, unos chavales de 23 años que salen a un mundo laboral que ahora está desierto. Pero su bolsillo no, sus zapatillas no, su casa no. Con lo cual, a corto plazo tampoco pasa nada, porque en todo caso se irán un año a hacer un erasmus. ¿No se dan cuenta los profesores que los han formado, de qué se habla en clase, qué han estado contando el último año y medio con la que está lloviendo? Estoy seguro de que el 95% de los profesores no han cambiado nada del temario de las clases. Y en los últimos años el mundo no tiene nada que ver con lo que era.
¿No querrá dinamitar las clases del máster?
K.S.: No estaría con Alfonso haciendo esto si no supiera que él también está preocupado.
A.U.: Para ser justos, hay que decir que todos los indicadores que tenemos a nuestra disposición están diciendo que las cosas están cambiando. Pero hay una resistencia social a verlo. Sé que la educación, la universidad es el foro de reflexión por antonomasia, pero es paradójico que las familias, los amigos, los gobiernos digan eso de que ya vamos a salir pasado mañana y todo va a ser todo igual. No señor, no va a ser todo igual. Soy docente y pienso que el sistema educativo tiene un gran papel a jugar pero no creo que sea capaz de asumir en exclusiva el cambio social que necesitamos.
K.S.: Los políticos no hablan de educación, los intelectuales están perdidos, los jóvenes viven de madre, empresarios y sindicatos están a su bola. Entonces, ¿quién es el que mira qué educación queremos dentro de 40 años? Somos capaces de planificar carreteras y autopistas para las próximas décadas, pero no ponernos a pensar en la educación.