"La mano que parece aferrarse a la ventana fue todo un símbolo"
En el lugar de la entrevista, de una rama cuelgan restos de un jersey. Una escena trivial si no fuera porque muchas prendas pendían también aquel día de los árboles pelados. Autor de alguna de las mejores instantáneas de la tragedia, el fotógrafo de DEIA fue uno de los primeros en llegar al lugar
La foto de portada de DEIA de aquel día estremecía. ¿Qué quiso decir con aquella imagen?
La elegimos para portada por ser el símbolo de la tragedia. Era como la mano que intentaba aferrarse a la ventana para salir, intentando salvarse. Era una de las más discretas porque lo que había allí era terrible.
Hoy se hubieran podido hacer esas fotos, ¿hubieran tenido acceso?
Me colé allí como un efectivo de la Cruz Roja. Pero intenté, sobre todo, no recrearme en la tragedia. DEIA se ha caracterizado siempre por no ahondar en el morbo y si había un accidente mortal, preferíamos sacar siempre la sábana en lugar del fallecido. Así que yo iba con el chip de no ser extremadamente desgarrador. Pero desde luego, ha sido el accidente más duro que he cubierto en casi 40 años de profesión. Tenías que andar con cuidado porque podías pisar algún resto.
Cuéntenos cómo logró colarse.
La redactora Macu Álvarez y yo íbamos a cubrir una información a Arrigorriaga. Viajábamos en un Simca 1200. Y justo al llegar al puente, oímos por la radio que un avión había dejado de comunicar con la torre de control. Aquello nos puso en alerta y enfilamos hacia Sondika. Ya por el camino, nos enteramos que el avión se había estrellado en el Oiz. Cuando nos acercábamos, una montaña de humo nos dirigió hacia el lugar. En Trabakua nos pararon porque no se podía pasar. Estaban llegando los servicios de emergencia y justo apareció la Cruz Roja y un conocido de esta organización me prestó el peto, la mochila... Así fue como entré a aquella zona cero.
Y entonces apareció el horror.
Era dantesco. Parecía la bomba atómica. El avión había dejado un surco de 300 metros de anchura. Los pinos estaban pelados, veías vísceras colgadas de los árboles, algún cuerpo calcinado. Y sobre todo me acuerdo que dominaba un olor espantoso, una mezcla de carne y queroseno quemado... Y mucho silencio.
¿En los siguientes días les dejaron pasar a la zona?
Sólo estuvimos allí aquel día. Apuré todo lo que pude porque no dejaba de sonar el mensáfono, entonces no había móviles. Era Adolfo Roldán, el subdirector de DEIA, que pedía que fuésemos a la redacción con el material que tuviéramos porque había que sacar una edición por la tarde.
Y después casi pierde las cámaras.
Sí, paramos en Trabakua a comer un pintxo y dejé colgada la mochila, los rollos los llevaba en el bolsillo de la chamarra pero saqué las cámaras de la mochila y entré al wáter con ellas. Menos mal porque cuando salí la mochila había desaparecido.
Le pilló mentalizado. Usted ya había pasado por algún accidente gordo.
En agosto de 1970, tuve que revelar el choque de trenes entre Urduliz y Plentzia con treinta y tres muertos. Luego en el 83 ocurrieron las inundaciones y en diciembre cubrí otro accidente aéreo. Íbamos al partido de Athletic y por Somosierra nos enteramos del accidente y fuimos directamente a Barajas.
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