ASTA Merkel lo ha dicho, así que tiene que ser verdad: en lo que llevamos de siglo no habíamos puesto tanta esperanza en un nuevo año. Siendo ya día 3 debemos añadir a los buenos deseos algo de necesario realismo. La vacuna, con lo mucho bueno que trae, no podrá por sí sola recomponer muchos de los destrozos que traemos a cuestas.

En 2021 veremos cómo muchas empresas conectadas a distintos tipos de respiradores de emergencia van recibiendo el alta y cómo otras acaso no consigan salir de la UCI. Retirados los andamios que soportan algunas estructuras veremos cuáles aguantan y cuáles colapsan. No todos los puestos de trabajo que sostienen casi con muletas caminarán autónomamente.

Estos últimos meses hemos dirigido, con justificados motivos, nuestra atención a la hostelería y a los servicios cercanos que dependen de la presencia del público, como los espectáculos culturales. Pero en 2021 deberemos volver nuestra mirada a las grandes industrias tractoras de nuestra economía. Si ellas -automoción, energía, trenes, máquina herramienta, servicios financieros€- sufren, entonces el tejido industrial de pequeñas y medianas empresas que subcontratan, el empleo con mejores condiciones que generan, el talento que atraen y el estado del bienestar que sus contribuciones ayudan a sostener, se resentirán gravemente.

Los fondos de la UE inyectarán recursos potentes, pero sólo si acertamos con proyectos de muy largo plazo -aun sacrificando vistosos impactos cortoplacistas- podremos sentir que los hemos sabido aprovechar. Debemos saber convertir el Brexit en oportunidad para la economía vasca: tirando de nuestra tradicional relación con Inglaterra y de nuestros especiales lazos de entendimiento con Escocia, Gales e Irlanda. La confrontación cainita y mezquina de la política española parece muy difícil de reconducir y está por calcular el perjuicio profundo que semejante clima provoca: cuando necesitamos grandes arquitectos que imaginen el futuro tenemos demasiados peones de derribo peleándose a pie de obra.

El 2021 debe ser tiempo de internacionalización tras un año que nos ha tocado mirar mucho hacia dentro: la casa, la familia, el ambulatorio del pueblo, el bar de la esquina y la librería del barrio. Las conexiones on line sirven muy bien para cumplir muchas tareas ya comprometidas, pero se quedan cortas a la hora de crear nuevas oportunidades. Hay que volver a hacer y deshacer maletas.

En plena conmemoración de la gesta de Elcano alguna lección nos puede dar aún quien fuera uno de nuestros primeros globalizadores. Para empezar este quinto centenario no se celebra en un solo año, sino que replica el viaje de 1519 al 1522. Nada importante se puede hacer en un año. No le pidamos demasiado al 21, dejemos que el 22 haga también su parte.

Coincide casi día por día que 500 años después de que encontraran la salida del estrecho de Magallanes el 28 de noviembre de 1520, empezaran los procesos de aprobación de las vacunas. En un caso y en otro quedaba mucho por hacer. Las primeras islas que encontraron en el 21 fueron la Isla de los Tiburones y la Isla de Los Ladrones, con cuyos nombres mejor no jugamos a los paralelismos. Luego llegaron largos meses de cambios de rumbo: de sur a norte, de este a oeste. Meses de conflictos, penalidades y muerte. Y sólo en el 22 pudieron llegar -los que llegaron- a casa.

Feliz año y mucho cuidado ahí fuera: aún quedan muchos meses de limpiar la cubierta y racionar el agua antes de encontrar siquiera el camino a una casa que, como en toda aventura de verdad, ya no será la que dejamos atrás cuando todo comenzó.