ESENMASCARADA la moción de censura, llega el ansiado momento de recuperar de una vez el incontable tiempo perdido. Le ocurrirá a Pablo Casado como penitencia a sus tibiezas pero, sobre todo, al Gobierno español colocándose enfrente de esa cruda realidad de una pandemia que desarbola dañinamente la inconexa respuesta institucional y amenaza con derribar para demasiado tiempo los principales pilares del tejido socioeconómico. Todo ello en un contexto político sacudiéndose todavía de la resaca de ese lacerante ajuste de cuentas familiar de la derecha y, socialmente, en medio de un clima desasosegante, entre impávido y temeroso, por el demoledor incremento de las interminables víctimas del virus. Por todo ello resulta muy difícil de justificar desde la responsabilidad de la clase política esa estrambótica coincidencia entre la vomitiva primera sesión plenaria por capricho de Vox, con un desprecio unánime hacia la covid-19 y sus consecuencias, y la exasperante incertidumbre sobre el alcance real del confinamiento mientras seguían llenándose las camas hospitalarias. Por eso ahora, cuando Santiago Abascal recoge sus restos y en Génova se descorcha el alborozo asoma destructiva la cruda realidad que atenaza a todo un país y compromete de verdad la autoritas de Pedro Sánchez, el rentista sin mácula del linchamiento de Pablo Casado a la ultraderecha.

La inusitada gravedad de la crisis sanitaria y de la consiguiente sacudida económica ha orillado, por su honda repercusión ciudadana, el abrupto desenlace de una temeraria moción de censura que ningún avispado politólogo jamás sospechó. Ahí queda inmortalizado el retrato del cazador, cazado; y el enemigo, resucitado. Un estratégico volteo, de momento solo efectista, al tablero de una derecha que lleva dos años buscándose a sí misma entre batallas poco ideológicas y plenas de cuitas pendientes, pero sobre todo arrastrando sin disimulo desde el PP la rabia furibunda por la pérdida del Gobierno estatal, el poder de verdad que no mitiga ninguna autonomía. Otra vuelta a empezar de una voluntarista dirección que sigue sin sacudirse el fantasma de estar siempre a prueba de los demás. Supondrá el enésimo propósito de enmienda al que, sin embargo, bastaría un tropiezo en las elecciones catalanas de febrero, a modo de un peor resultado que Vox, para resquebrajar la consistencia ganada con el último aplaudido discurso de su presidente. Le queda a Casado el reto de aguantar el pulso a los desaires de la ultraderecha con sus apoyos chantajistas allí donde son necesarios. Tampoco el lobo pintará tan fiero. Aunque inexpertos como ha quedado cruelmente demostrado, los legionarios fieles de Abascal bien intuyen que sería su tumba facilitar por venganza la caída de gobiernos de derecha.

En todo caso, Sánchez les seguirá viendo entusiasmado cómo se desgarran. Constituye el mejor salvoconducto para asegurarse su permanencia en el poder cuanto tiempo quiera. Bien sabe el presidente que este divorcio tan desgarrado augura futuros episodios fratricidas para mayor desesperación de quienes suspiran por el derrocamiento de la izquierda. Una acomodaticia situación que jamás debiera justificar la imagen de inseguridad que su gobierno ofrece ante el tsunami sanitario que nos invade.

También aquí se lamenta una estúpida pérdida de tiempo para haber abordado la imprescindible búsqueda de respaldos legales y de sólidas políticas preventivas con amplio respaldo científico durante aquellas semanas veraniegas desaprovechadas estúpidamente en vanaglorias sobre el virus vencido.

Aquella indolencia pasa factura en este otoño-invierno de impredecibles consecuencias, ninguna esperanzadora. Es muy posible que ya no sirvan las comparecencias cesaristas en televisión apelando al solidario compromiso ciudadano durante los estados de alarma que se avecinan como imprescindibles. La angustia del día a día empieza a asomar mucho más exigente. Ha bastado escuchar estos días, a pie de calle en Madrid, los incesantes improperios hacia quienes estaban "pasando el tiempo en el Congreso mientras la gente se está muriendo o se queda sin trabajo" para asumir que el hartazgo con la respuesta de la clase política va tomando un peligroso desafecto. Una situación tempestuosa que deviene en caótica y a la que contribuye esa enrevesada confrontación jurídico-política que solo genera más crispación y descreimiento para desesperación de quienes claman por contundentes y explícitas medidas correctoras.