Bilbao - La cita anual de los líderes de las principales potencias mundiales arrancará este fin de semana en Biarritz, por primera vez en territorio vasco en las 45 convocatorias que lleva celebradas desde 1973, y con el presidente del Estado francés, Emmanuel Macron, como anfitrión. Y lo hará de nuevo en el alambre, zarandeada por el equilibrio precario que provocarán unos objetivos enormemente ambiciosos y las posturas diametralmente opuestas de los participantes en este cónclave. Dicho de otra forma: estas reuniones surgieron para identificar los principales problemas de las naciones en los ámbitos económico y político para tratar de buscarles una solución, por lo que la agenda de temas prevista hasta el lunes es tan genérica que puede hacer imposible cualquier acuerdo.

Buena prueba de ello son los dos conceptos clave que englobarán todo el trabajo de estas jornadas: la lucha contra la desigualdad y el cambio climático. Pura abstracción el primero y uno de los principales escollos para cualquier tipo de entendimiento el segundo. A ello se unen combatir la desigualdad de oportunidades entre hombres y mujeres; promover una transición ecológica justa; incidir en políticas comerciales, fiscales y de desarrollo más equitativas; atajar la amenaza del terrorismo global; y aprovechar las oportunidades creadas por la tecnología y la inteligencia artificial.

Bajando a ras de suelo, estos retos se concretan en afrontar las tensiones en el Golfo Pérsico -con Irán como epicentro-, la guerra comercial entre China y EE.UU. -con multitud de víctimas colaterales-, el desafío del Brexit, la tasa a los gigantes de Internet -la fiscalidad de la economía digital- y, de nuevo, la emergencia climática.

Después de que la cumbre de 2018 se celebrara en Canadá, el sistema de rotación de estos encuentros ha llevarlo a ubicarlo ahora en Iparralde, en una fecha además poco habitual como es agosto. La anterior ocasión en que un presidente francés asumió el rol de anfitrión fue hace ocho años con motivo de la reunión de mandatarios en Deauville. Ahora, Emmanuel Macron está decidido a añadir un grado de dificultad modificando la dinámica de trabajo, ya que se dará voz a socios de calado como Australia, Chile e India, así como a portavoces de seis países africanos: Sudáfrica, Burkina Faso, Egipto, Senegal y Ruanda. Representantes de la sociedad civil estarán también presentes. Se trata de un reconocimiento explícito de que problemas globales requieren de soluciones transversales con un protagonismo no acotado al club de los ricos. Fortalecer una dimensión social de la globalización es un concepto latente del encuentro.

Los miembros del G7 que aterrizarán desde hoy en Biarritz son Donald Trump (EE.UU.), Boris Johnson (Reino Unido), Angela Merkel (Alemania), Justin Trudeau (Canadá), Shinzo Abe (Japón), Giuseppe Conte (Italia) y el anfitrión, el francés Emmanuel Macron. Rusia se unió al grupo en 1988, cuando pasó a llamarse G8, pero fue expulsada en 2014 tras la anexión de la península de Crimea. Pese a ello, Macron tuvo un gesto con el presidente ruso, Vladimir Putin, y el pasado lunes le recibió en su residencia veraniega de Brégançon, en la antesala del G7. El cartel del fin de semana se completa con la habitual presencia de las autoridades de la Unión Europea, y entre los países invitados, el presidente español en funciones, Pedro Sánchez, acudirá el domingo a la cena de clausura.

Sin declaración final La paz, la seguridad, la lucha contra el terrorismo, el medio ambiente o el cambio climático, entre otros, estarán por tanto sobre la mesa y encarecerán en grado sumo el acuerdo. Llueve además sobre mojado, ya que en la reunión del año pasado en Canadá, el presidente de EE.UU., Donald Trump, se desmarcó de la declaración conjunta del resto de líderes, ya que estaba en contra de reducir aranceles y subsidios o de modernizar la Organización Mundial del Comercio (OMC), organismo que ha demonizado. Ese cónclave acabó incluso con un cruce dialéctico entre el entonces anfitrión, Justin Trudeau, y el propio Trump. A ello se añade que éste niega la propia existencia del cambio climático y que todos los países del G7 han sufrido ataques comerciales por su parte en un momento u otro.

La previsión de que en Biarritz no haya una declaración final por las marcadas diferencias de los mandatarios supone el peor de los augurios. El excéntrico magnate norteamericano de los negocios se erige por tanto en un elemento desestabilizador claro, pero no el único. Será el estreno en este tipo de encuentros de otro dirigente no menos problemático, el primer ministro de Reino Unido, Boris Johnson, que se encontrará por primera vez con Trump en público desde que accedió al cargo y que está dispuesto a llevar el Brexit hasta sus últimas consecuencias el 31 de octubre, si es posible de manera ordenada, eso sí.

La salida de Reino Unido del continente será un argumento de peso en el G7 con la reunión planificada entre Johnson y el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, que se espera que arroje más detalles sobre los planes del mandatario británico para propiciar una salida con un acuerdo. En todo caso, ni la UE ni Londres desean que el Brexit se convierta en el asunto principal durante la cumbre y se prevé que Tusk y Johnson aborden también en su encuentro otros temas que sí forman parte de la agenda.

A ello se añade que la canciller alemana, Angela Merkel, está viviendo los últimos compases de su mandato tras 14 años en el cargo, y que el primer ministro italiano, Giuseppe Conte, renunció el pasado martes debido a la crisis de gobierno abierta en el país entre el Movimiento Cinco Estrellas (M5S) y la ultraderechista Liga del ministro del Interior, Matteo Salvini. Alicientes de sobra para unos días intensos en los que Biarritz será el centro del mundo. El balance que arroje todo ello deberá esperar hasta el lunes.