UN bilbaino fue quien posibilitó que el socialista Felipe González, a la postre presidente de España entre 1982 y 1996, alcanzara el exilio durante los años de clandestinidad antifranquista. Se llamaba Juan Iglesias Garrigos. y desde su base en Baiona daba cobertura al abogado sevillano llamado a liderar España aprovechando las redes del PNV.

Los años sesenta llegaban a su fin y el joven abogado había finalizado sus estudios de derecho. Ya militante socialista, viajaba a Francia para reunirse con sus camaradas en el exilio y participaba en manifestaciones contra la dictadura de Franco. Este hecho le llevó a ser detenido en Madrid en 1971. Tres años después, González participó en el histórico Congreso de Suresnes, bautizado como el cónclave del “PSOE renovado”, encuentro vivido cerca de París del que salió nombrado secretario general. En aquellos años fue cuando su camarada vizcaino Juan Iglesias le posibilitaba “el pase de frontera que tenía organizado el PNV en la muga”, señala Iñaki Anasagasti, militante histórico de la formación jeltzale y buen conocedor de la historia reciente de Euskadi.

Juanito, como era conocido por todos, fue presidente del PSE, consejero del Gobierno vasco en el exilio y miembro destacado del Consejo General Vasco. Durante la Guerra Civil, fue hecho preso en el mítico barco cárcel Altuna Mendi, junto a Ramón Rubial y Santiago Meabe, y sufrió, además, el penal navarro de San Cristóbal, donde fue uno de los pocos que salieron con vida en su fuga, aunque en el intento perdió su brazo izquierdo. “Merece la pena sacar de las tinieblas su figura”, enfatiza Anasagasti.

Iglesias nació en Miraflores, Bilbao el 13 de marzo de 1915. Era hijo de castellanos de Pajares de la Lampreana (Zamora). A los seis meses, se mudaron a la calle Cantarranas. Su padre era un funcionario municipal, sastre y fundador del partido Izquierda Republicana. Juanito y sus cinco hermanos estudiaron en las escuelas de Urazurrutia. Con catorce, contaba que se hartó de los maestros. Así, sin que en su casa lo supieran, comenzó a hacer labores de recadista en el estanco del Teatro Arriaga, donde cobraba una peseta al día. Después trabajó con los Ruiz, propietarios del ultramarinos La Blanquita, en Colón de Larreátegui. Pero los Ruiz se arruinaron y pasó a la competencia: Sebastián de la Fuente. “De allí me echaron -narraba Juan- por malo, por rojo; sindiqué a toda la plantilla. Teníamos entonces el sindicato en la calle Jardines. Yo me había afiliado a UGT en marzo de 1930, con quince años”.

Participó en las revueltas de octubre de 1934. La revolución no triunfó en Asturias y pronto llegó la orden de Largo Caballero para que no se ejecutara ninguna acción armada. Detuvieron a Juan. Pasó siete días en el cuartelillo de la Guardia de Seguridad en Elcano. Le procesaron, pero la cárcel de Zabalbide estaba repleta. Por ello le encerraron en un viejo barco de carga fondeado en Axpe.

Antes de que estallara la guerra, Juan ya sabía que algo se cocía. “Ya conocíamos lo que estaba pasando en Garellano, donde se reunían los fachas. Había unos capitanes, militares muy famosos, sobre todo un tal Samaniego. Hasta que llegó la noticia de que se habían sublevado en Melilla”.

El domingo, 19 de julio de 1936, estaba programado un desfile por la Gran Vía. Se creía que, aprovechando su paso, parte de las tropas de Garellano tomarían la Diputación y se apoderarían de las autoridades. Por ello, narraba Iglesias, “a nosotros nos dieron unos revólveres tremendos, larguísimos, del calibre 38. Esperamos en la Diputación y no pasaba nada. Por lo visto, los falangistas no se atrevieron a dar el golpe, o ya habían tenido noticias de que en Garellano habían entrado los mineros y habían tomado el cuartel. Yo salí a volar los puentes de Orozko y Orduña...”, agregaba.

Iglesias fue detenido, conducido a Gasteiz y condenado a muerte. Le destinaron al fuerte de San Cristóbal de Ezkaba. Los presos prepararon la fuga más populosa que se haya conocido en el Estado y los funcionarios aquel 22 de mayo de 1938 acabaron matando a 206 esclavos de Franco en su huida. Pocos sobrevivieron. Uno fue Iglesias, quien a resultas de un balazo, perdió un brazo.

baiona Tiempo después recobró la libertad y colaboró en la organización del PSOE. Sin embargo, debió exiliarse por su militancia, y comenzó a trabajar en la delegación del Gobierno vasco en Baiona. En 1963 al fallecer Paulino Gómez Beltrán, fue propuesto por el PSE como consejero sin cartera del Gobierno vasco, cargo que ocupó hasta la disolución del Gobierno vasco en el exilio en junio de 1979.

Un año antes, fue propuesto como consejero de Trabajo en el Consejo General Vasco (órgano preautonómico del País Vasco), presidido por su correligionario Ramón Rubial primero y por Carlos Garaikoetxea después. Cesa en el cargo tras la constitución del primer Gobierno vasco posterior al Estatuto de Gernika en 1980. Fue igualmente presidente del PSE entre 1977 y 1982 y miembro del comité federal del PSOE.

“Juanito, como le llamábamos, y eso significa que era un tío cercano y familiar, fue un socialista muy leal al Gobierno vasco en el exilio y presidente del PSE cuando el PSOE de Nafarroa se salió del PSE, algo que le pareció muy mal”, apostilla Anasagasti, quien concluye con una anécdota: “Iglesias fue con el Consejo General Vasco a Madrid a presentar sus respetos al rey y como Juanito era manco, Juan Carlos le preguntó a ver qué le había pasado y él le respondió: Me lo quitaron en el fuerte San Cristóbal durante la guerra. Fue algo muy comentado”.

Murió en 2001 a los 86 años y tras 30 años de vida en el exilio francés. El día de su entierro, el PSE destacó de su figura “su lucha por la democracia, la libertad, la igualdad y las ideas socialistas”.