el canje de prisioneros durante la Guerra Civil no fue empresa fácil en un marco en el que las personas perdían la vida a diario en trincheras de ambos bandos. Uno de aquellos trueques humanos tuvo como protagonistas al alcalde republicano bilbaino Ernesto Ercoreca y al durangués Esteban Bilbao, futuro ministro de Justicia y presidente de las Cortes franquistas. Según fuentes consultadas, fueron parte activa en las entregas la Cruz Roja Internacional, con el médico suizo Marcel Junod (1904-1961) al frente, y el despacho de abogados bilbaino de Nazario de Oleaga, por el que pasó brevemente José Antonio Aguirre antes de ser lehendakari.

El doctor Junod, que prestó ayuda en Hiroshima tras la bomba nuclear, informa en su libro El tercer combatiente (1985) cómo hallándose en Donibane Lohizune (Lapurdi) recibió un encargo: se le solicitó mediar en el canje de Bilbao por Ercoreca. El primero, según detalla el investigador Jon Irazabal Agirre, “cayó prisionero de los sublevados el 19 de julio de 1936 en Miranda de Ebro cuando regresaba a Bilbao de un viaje a Madrid”. Ercoreca, por su parte, se hallaba preso en Iruñea.

Comunicada la posibilidad del canje, “los dos bandos dieron el plácet”, confirma el miembro de Gerediaga Elkartea. Sin embargo, ahí surgió el primer desacuerdo. “Nadie quería ser el primero en liberar a su prisionero”, enfatiza Irazabal, autor de libros como La Guerra Civil en el Duranguesado 1937-1937.

Tras diez jornadas de intensas negociaciones, las autoridades de Bizkaia -aún no se había configurado el Gobierno provisional de Euzkadi- aceptaron liberar a su rehén. Habría una condición sine qua non: “Esteban Bilbao se debía quedar en San Juan de Luz hasta que Ercoreca saliera de Nafarroa”. Así las cosas, Junod se desplazó el 24 de septiembre con el embajador de Francia, Jean Revete, de Lapurdi a Bermeo, en lancha. El delegado de Cruz Roja se reunió con las autoridades y en ese mismo momento se recibió un inesperado mensaje. La Radio de Burgos emitía el siguiente recado: “¡Atención! ¡Atención! Se ruega al doctor Junod que, si aprecia su vida, salga de Bilbao antes de la una de la mañana”. Los presentes dedujeron que el bando de Mola estaba anunciando un “gran bombardeo” sobre la capital de la “traidora” y republicana Bizkaia.

Junod se disculpó y aseguró no conocer las intenciones de los golpistas y sus aliados. “Logró que las autoridades republicanas dejaran en sus manos a Esteban Bilbao y le solicitaron que disuadiese a Mola de bombardear la capital vizcaina porque temían que la reacción de la población pudiera ser terrible con los prisioneros”, apostilla Irazabal. Bilbao se mostró temeroso, y “creyendo que ya estaba en capilla”, fue trasladado en un taxi, escondido entre el embajador y Junod, al puerto de Bermeo. En la lancha rápida llegaron a Donibane Lohizune. “Esteban prometió esperar allí hasta la liberación de Ercoreca”. Pero, ¿cumpliría su palabra?

Traidor al Carlismo Mola no dio su brazo a torcer y el 25 de septiembre de 1936 bombardeó desde el aire Bilbao y Durango, “precisamente las dos localidades relacionadas con Esteban Bilbao”. Y se cumplió la venganza prevista: “La ciudadanía asaltó las cárceles, entre ellas el barco-prisión Altuna Mendi, en el que había estado encerrado hasta horas antes Esteban Bilbao”.

Irazabal destaca la importancia de este tradicionalista para el bando militar que un mes antes había dado el golpe de Estado. “La no concesión del tiempo necesario para llevar a buen término la misión negociadora, el bombardeo de las dos villas vinculadas con él, radiar el mensaje dejando clara de antemano la intención de bombardear... inducen a pensar que la vida de Bilbao no era de gran interés para algunos mandos sublevados”, analiza, y va mucho más allá: “Quizás su muerte hubiera sido bien recibida por alguna o algunas facciones en liza”.

El investigador hace referencia a que la colaboración del durangués -presidente de la Diputación de Bizkaia entre 1926 y 1930- con la dictadura de Primo de Rivera y con el rey Alfonso XII le había granjeado enemistades dentro de su ámbito político, llegando incluso a ser calificado como “traidor al carlismo y expulsado de la corriente carlista afín al pretendiente Jaime de Borbón y Borbón-Parma”.

Para entonces, Marcel Junod se trasladó a Iruñea para concluir el canje pactado: recoger a Ercoreca con el fin de retornar con él a Donibane Lohizune, localidad en la que había prometido esperar Bilbao. A su llegada a la capital navarra, se le notificó que había una orden reciente del general Mola de “no liberar a ningún prisionero político”.

Junod debió gestionar el imprevisto con trámites en Valladolid y Burgos. Logró su fin. Mola liberó a Ercoreca y el delegado de Cruz Roja reanudó el acuerdo. “En San Juan de Luz -precisa Irazabal- se encontraron los dos exprisioneros y se comprometieron a trabajar para que cesasen las matanzas, pero según Junod, Esteban Bilbao se olvidó muy pronto de sus promesas”.