Bilbao. LA porcelana es admitida y reconocida como la más noble de las arcillas. Su exquisitez viene avalada por las cualidades intrínsecas de esta pasta cerámica: blancura inmaculada, translucidez, dureza y resistencia al choque y las temperaturas extremas.

La porcelana la inventaron los chinos y con ella crearon vasijas y objetos diversos. Desde finales del Medievo, comerciantes europeos (venecianos, portugueses, españoles y más tarde holandeses y británicos) trasegaron con esta singular cacharrería que tenía como destinatarios a príncipes, reyes, nobles y poderosos de Occidente. Los artesanos de estos lares comenzaron una larga carrera por reproducir aquella pasta cerámica; tenían que descubrir los componentes y dominar su manipulación. Ensayos, pruebas, errores y más pruebas culminaron en 1709, eureka, cuando el alemán Johann Friedrich Böttger dio con la fórmula.

Un año después, Böttger fundaba la fábrica de Meissen bajo los auspicios del Elector de Sajonia, Federico Augusto I. A pesar de los esfuerzos por mantener la fórmula en secreto, algunos empleados de Meissen que tenían acceso a ella, se trasladaron a otros lugares y, con el patrocinio de las casas reales, fueron abriendo nuevos establecimientos. Es el caso de la Real Fábrica de Capodimonte en Sicilia, que se fundó en 1743 bajo los auspicios de Carlos III y su esposa Mª Amalia de Sajonia. En 1760, ese mismo rey será el promotor de la Real Fábrica de porcelana del Buen Retiro en Madrid. La corte francesa, con Luis XV a la cabeza, estableció la Real Factoría de Sèvres, cerca de París, en 1756.

1851, en pasaia En el País de los Vascos tuvieron que pasar casi 100 años para que se abriera una industria de este tipo. La porcelana encontró su hueco en el tejido industrial vasco del siglo XIX y pervivió durante el XX. En efecto, fue en 1851 cuando en la villa marinera de Pasai Donibane los hermanos Baignol, oriundos de Limoges, en Francia, establecieron la Fábrica de Porcelana de Pasages, sin las prebendas reales del siglo XVIII sino como un negocio capitalista a la sazón. El testigo de Pasages, ya en el siglo XX, lo recogió la irundarra Porcelanas del Bidasoa que, fundada en 1935 como Sociedad Anónima Mercantil, cerró sus puertas traspasado el siglo XXI, en el año 2009.

Sirva este resumidísimo preámbulo para introducir a Conchita Laca. ¿Quién es esta mujer? Pues, haciendo flores en porcelana, oficio y vocación, arte puro y duro.

Conchita Laca Ugaldebere nació el 21 de marzo de 1925, el primer día de la primavera de aquel año. De padre marquinés, Doroteo Laca, y madre bilbaina, Soledad Ugaldebere, vio la luz en Madrid, contingencia imputable a sus padres; él era mecánico de formación y chofer de Eduardo Aznar, marqués de Berriz, teniendo a su cargo seis automóviles y la condición de vivir 7-8 meses en Madrid y 4-5 en Berriz, Bizkaia, y ella era la cocinera de la marquesa, Rosario González. El hecho de que la familia Laca Ugaldebere tuviera esta doble residencia condicionó sus vidas y la formación educativa de esta artista.

En una entrevista concedida a la revista Garaian, Conchita resaltaba su imposibilidad de coincidir con los plazos académicos y como consecuencia de ello tuvo que recibir clases particulares. Recuerda con cariño y admiración a Salus Sánchez, navarra de Lerin, maestra de la escuela pública de Berriz con quien aprendió tanto, y la Academia Safos de Madrid, especializada en la preparación para estudios superiores. Quiso opositar para el Ministerio de Industria y Comercio pero era demasiado joven. Además, aquellos derroteros no le gustaban. Algo se movía en su interior.

Y Conchita decidió plantear a sus padres su vocación. "Quiero ser artista", les dijo. A su padre aquello le pareció un disparate, y recuerda sus palabras, "¡Antes te pongo una mercería!", y que solo fueron eso, palabras. Sin embargo encontró apoyo en su madre. Tras un pacto con ellos y la condición de que los doctos en la materia se pronunciaran sobre su valía, madre e hija fueron a la escuela de Bellas Artes pero como allí no podía ser, se dirigieron a la Escuela de Cerámica Francisco de Alcántara donde, tras unos meses de prueba, superó los exámenes de ingreso con creces. Finalizó sus estudios y permaneció allí hasta 1952 como profesora auxiliar; continuó formándose, dando clases y trabajando en los encargos que la escuela recibía. En su lista de haberes cabe destacar el honor de haber reproducido en porcelana, algunas de las obras del escultor valenciano Mariano Benlliure (1862-1947). Ganó varias becas, de la propia escuela y de la Obra Sindical de Artesanía. Lo aprendió todo de la pasta cerámica en general, de la porcelana en particular y de la acuarela, su gran aliada. En su promoción comenzaron 147 estudiantes y, tras 6 cursos de común y 2 de especialización, acabaron 6. Ella era la única mujer. Esto hizo que viviera en primera persona la feroz discriminación laboral por razones de género: "Me costó más tiempo que a mis compañeros de promoción encontrar un trabajo fijo". Ya se lo advirtió el propio director de la Escuela de Cerámica cuando en 1952 se despidió definitivamente de aquella institución: "Para que te reconozcan la misma categoría que a un hombre tendrás que demostrar que vales mucho más y aún así nunca te pondrán en su categoría. No lo olvides". Conchita se grabó esa máxima en la memoria y fue consciente de que su esfuerzo debería ser gigante.

trabajo en irun A finales de 1952 dejó Madrid. Porcelanas del Bidasoa había solicitado un profesional y a Conchita Laca le pareció interesante optar a la plaza; la proximidad entre Irun y su Markina querida era un aliciente a añadir. El 3 de enero de 1953 firmó contrato en Bidasoa ingresando en la sección de decoración donde trabajaban exclusivamente hombres. Esta sección estaba bajo la supervisión del director de arte de la firma, el pintor valenciano Manuel Benedito (1875-1963), quien le hizo las pruebas de ingreso y le dijo que había hecho el mejor examen de cuantos habían pasado por allí. El trabajo de los decoradores era el mismo pero el salario diferente; que Conchita fuera mujer suponía cobrar unas 5.000 pesetas mensuales, menos que un oficial de primera, cuando su titulación era de maestra industrial. Para compensar sus bajos ingresos, trabajaba por horas en la empresa irundarra de artes gráficas Carbisa, preparando dibujos para fotolitos. Conchita no se resignó ante esa discriminación y expuso su situación salarial al director de fábrica, el señor Jeuthe, un alemán que, mal hablándole en castellano, revisó sus condiciones y le subió el sueldo hasta 14.000 pesetas. Un triunfo.

A partir de 1957, el trabajo de Conchita Laca en Bidasoa tomó un nuevo rumbo. Había quedado vacante un puesto de escultor en la empresa. Benedito quería a alguien que modelara flores en porcelana pues el director general, Jose María Urquijo, ansiaba recuperar las producciones clásicas de espuma de mar que hicieran las fábricas de Buen Retiro y Capodimonte. Le preguntó a nuestra artista si conocía a alguien capaz de realizar este trabajo. Conchita no lo dudó, se ofreció ella misma.

Para crear las flores de porcelana, las hojas, los tallos, los pétalos, las corolas, los estambres o las espinas, casi como si fueran realmente naturales, hace falta mucho talento, creatividad, ingenio y pasión, y éstos se nutren de vocación. Conchita comenzó a hacer pruebas. La porcelana es materia complicada, poco maleable por lo que su modelado resulta muy dificultoso. Conseguir una pasta plástica le llevó su tiempo. Después de la jornada laboral, probó y experimentó en la pensión donde residía; para las flores no servían los moldes ni las matrices.

Recuerda el miedo a que le descubrieran porque los materiales desprendían un olor pésimo. Para secar las pruebas contó con la colaboración de su tío que tenía en Hondarribia una caldera antigua de calefacción central. Luego había que aplicar el gran fuego y la mu-fla para obtener los colores y los matices apropiados. Así nacieron sus primeras flores, una rosa y un clavel. Con este ramo tan especial, cuidadosamente empaquetado en una caja de zapatos, marchó a Madrid para que Benedito valorara sus resultados. Los directivos de Bidasoa quedaron fascinados, ¡eso era lo que querían! Posteriormente nacieron los crisantemos, las orquídeas, los muguetes, las margaritas, los jacintos? todo un jardín botánico. A partir de ese momento, Conchita Laca tuvo su propia sección y contó con sus propios ayudantes. Se independizó del resto y comenzó a forjarse un nombre. Una fantástica colección de flores, más de 3.000 ejemplares, salieron de sus manos; piezas únicas que Bidasoa convirtió en marca de la casa. Las flores de porcelana, no siendo ninguna igual a otra como sucede naturalmente, no eran rentables porque se requerían muchas horas de trabajo, no se podían producir con moldes. Con ellas la empresa vendía imagen, una imagen de excelencia para agasajar a personalidades de todo el mundo, desde Karl Malden a Christian Dior, pasando por embajadores, diplomáticos, políticos, artistas o grandes empresarios.

Conchita Laca también trabajó en Bidasoa como escultora modelando grupos regionales, bailarinas y diversos animales, especialmente perros y pájaros. Nos recuerda la anécdota que le sucedió con la Diputación de Gipuzkoa, que había encargado a la empresa unas figuras de miqueletes. Laca hizo las figuras pero, a juicio del cliente, tenían cara de vizcainos así que tuvo que guipuzcoanizar las esculturas dotándoles de una cara un poco más rellenita.

Además de su trabajo en Bidasoa, Conchita siguió cultivándose en la acuarela, practicada desde su juventud. Expuso sus obras en multitud de ocasiones y lugares: Madrid, Toledo, Baena, Barcelona, Donostia y Hondarribia.

Se jubiló de Bidasoa en 1984, tras más de treinta años, pero continuó ayudando a la firma con encargos puntuales hasta el año 2000. Su entrega a la empresa le restó tiempo para dedicarse en cuerpo y alma al arte puro. Ella sabe que el arte por el arte podría haberla hecho famosa o haberla matado de hambre, mas reconoce que se acomodó a un sueldo fijo todos los meses. Sin embargo, dio clases de pintura y de allí salieron algunos frutos, es el caso de Enrique Ochotorena (Donostia, 1946).

Su inquietud creativa le llevó a colaborar con sus dibujos en una empresa de publicidad cuyo director artístico, el donostiarra Jesús Rodríguez Catalá, era profesor del Club de Arte Catalina de Erauso, en Donostia-San Sebastián. Este hecho determinó que Conchita se vinculara al club como socia y como profesora de acuarela y de decoración de porcelana hasta el día de hoy.

Y ustedes se preguntarán, cómo es posible todo esto. Pues sí, Conchita Laca sigue, como las flores que brotan cada primavera, impartiendo sus conocimientos, infatigable, con la satisfacción de que a su edad está en condiciones de llevar la vida que siempre le ha gustado, entre pinceles, acuarelas, lápices y bocetos. Y mientras camina por la playa va elaborando nuevas ideas y proyectos.

en el museo vasco de bilbao Para quienes deseen ver algunas de sus obras, anotar que se exponen en el Museo Vasco de Bilbao, en la 2ª planta, dentro de la sala dedicada a las Lozas y Porcelanas Vascas. Son otro fruto de Conchita Laca, esta vez en forma de donación.