PARA ser conductor de autobús hay que tener una buena espalda. No solo por las horas que pasan sentados. También porque sobre ella se van echando las agresiones que sufren en silencio. “El insulto está a la orden del día. Estás acostumbrado a que te digan de todo menos bonito y tampoco te vas a machacar haciendo partes”, dice por propia experiencia Aitor Bilbao, inspector de Bilbobus y secretario de Salud Laboral del comité de empresa. Solo las que llegan a mayores terminan en denuncia. Media docena este año. La última, hace un par de sábados. “Además de las físicas, ha habido agresiones verbales con amenazas de muerte, escupitajos, de todo...”, detalla Aitor, que refleja el cansancio del colectivo. “Para 26 millones de viajeros que llevamos al año son pocas, pero entre las que no trascienden y las que sí causan hastío. Por 1,25 que cuesta el billete te puedes encontrar un follón o por el que va con otro coche al lado o por un conflicto entre viajeros en el que resultas ciscado”, enumera.

En su caso fue un usuario, que se quejaba en una parada por la falta de autobuses, quien lo insultó y acabó agrediendo a otro inspector. “Le explicamos que la línea iba bien, que coincidía el último día de fiestas con el partido del Athletic y el Barça, que si le parecían pocas unidades podía reclamar... Le dio igual. Estaba excitado y terminó enganchando a mi compañero y cayéndose los dos al suelo”, relata Aitor. Gracias a la rápida intervención de otros viajeros “la cosa se quedó en un revolcón en el suelo, pero si no es por ellos...”, dice, a su lado, el trabajador peor parado, como si no quisiera ni pensarlo.

Ha transcurrido más de un mes desde que ocurrió este episodio y sus costillas siguen resentidas. “Es bastante doloroso. Todavía tengo mis molestias”, confiesa este profesional, que estuvo 15 días de baja. A las secuelas físicas, hay que sumar la mella en la moral. “Últimamente estamos vendidos. No sé lo que pasa, pero la gente por nada se altera y esa impotencia de solucionarlo todo a golpes... Se está perdiendo el respeto”, lamenta y se retrotrae a aquellos tiempos en los que, a lo sumo, uno se desayunaba en el autobús con malas caras. “Antiguamente la gente aguantaba mucho más. Había menos servicios y podían protestar, pero no pegaban. Hace muchos años, cuando subía el billete, era una época de genio y malestar general, pero nadie faltaba al respeto a nadie”, rememora este inspector, 32 años de carrera como aval y una única “agresión de esta índole” en carne propia. “Es una cosa que no te esperas”, confiesa, y reclama más educación tanto a la juventud, “a la que se le están inculcando mal los valores”, como a “la gente bien pasadita en años que es potencialmente peligrosa”. Pide guardar las formas, sí, pero también “que la justicia tenga un poco más de mano dura” con los agresores. Y, ya puestos, que los usuarios se informen de horarios y frecuencias antes de montar en cólera. “Lo que no puede ser es llegar, besar el santo y encima abuchear a un inspector, un conductor o un policía municipal, a los que muchas veces también les salpica”, censura.

La inmensa mayoría de los viajeros, insiste Aitor, “entran en razón” y resuelven los problemas civilizadamente, aunque hay quienes la emprenden a golpes simplemente por lograr sentarse. “Dos señoras agredieron a un jubilado porque decían que se había colado y que esa plaza era suya. El autobús estuvo paralizado hora y pico, tuvieron que venir el inspector y seis policías municipales y al viajero lo tuvieron que trasladar para curarlo y todo por un asiento”, relata este trabajador. “No puede ser. Si de la frustración al manotazo hay un paso...”, lamenta.

Hace “muchísimos años”, rebusca en su memoria Aitor, un compañero falleció por una agresión. Hace diez, otro resultó gravemente herido tras recibir dos puñaladas. Los últimos casos no han llegado a esos extremos, aunque algunos trabajadores han sufrido importantes daños físicos y psicológicos. “Ha habido una compañera que ha estado mucho tiempo de baja, otro conductor que también pasó su calvario... Todos se han reincorporado ya. No queda otra. Si te pones a pensar en lo que te puede pasar, supongo que el albañil no subiría al andamio, el bombero no se pondría el casco y las botas y así todos”, comenta.

Apartados los prejuicios, ambos aseguran que no hay rutas o fechas especialmente peligrosas ni un perfil de agresor. “Te puede pasar cualquier día del año y a cualquier hora, tanto con jóvenes como con abuelos”, afirman. Una vez que la ruleta de la mala suerte se detiene en su parada, se desahogan unos con otros. “Este tema se trata mucho en la sala de los conductores, entre los inspectores y entre los que lo sufrimos. De tú a tú, de Hola, ¿qué tal estás? ¿Cómo ha sido la cosa?”, recrea Aitor, quien aconseja a quien se vaya a estrenar como conductor “que sepa torear con las dos manos”.

“Me amenazó y me dio en la cara” El último conductor atacado, hace un par de sábados, ni siquiera se lo ha contado a su familia “para no preocuparles”. Tan solo a un cuñado. “Insultos, desgraciadamente, siempre hay, alguna vez un poco más graves e insistentes, pero esta ha sido la primera agresión física”, señala. No le han quedado huellas en el rostro, salvo el semblante serio cuando describe los hechos, porque “se pasa muy mal”. Cuenta que un chico con una moto se cruzó delante de su autobús y que él paró muy cerca. “Decía que lo había golpeado. No paraba de insultarme y amenazarme, golpeando el autobús de forma violenta. Yo le decía: Calma, calma, y ni caso. Su compañero, que iba con otra moto, vino a hablar conmigo y fue el que me dio con la mano en la cara”, detalla. Tras avisar a la empresa, que a su vez alertó a la Policía, los individuos trataron de intimidar a varios testigos. “Se enfrentaron a una chica que estaba haciendo declaraciones sobre lo sucedido. La Policía se tuvo que meter en medio y todo. Yo me quedé un poco alucinado con ellos, la verdad”, admite. Luego fue al médico, porque tenía una molestia en el ojo, puso la denuncia y, al día siguiente, ya estaba de nuevo al volante.

A través del parabrisas, dice, ha visto todo tipo de infracciones de circulación. “No digo que vayan multando a todo el mundo, pero la Policía Municipal debería vigilar más y, por lo menos, pararles y echarles la bronca”, demanda como parte de un colectivo que sufre especialmente las consecuencias. “La gente conduce muy crispada y, sobre todo, con los autobuses parece que tienen carta blanca para hacer lo que les dé la gana: se cruzan, no ceden el paso ni paran en el stop... Con mi coche no me pasan esas cosas”, atestigua.

Con este panorama, Aitor no puede por menos que reivindicar un poco de normalidad. “Yo no vengo a aguantar emboscadas, ni a ningún frente de ninguna batalla. Vengo a trabajar y a procurar llegar sin ningún problema a mi casa”, señala. De cuando en cuando, en vez de sinsabores, recolectan agradecimientos, como el de aquella señora mayor a la que el compañero de Aitor ayudó a subir al autobús. “Me dijo que siempre queda gente buena en el mundo y que hoy le había tocado uno y eso me llegó al alma”.