El alma máter de un gran proyecto solidario
BILBAO. El pasado sábado, día 22 de diciembre, falleció Ramón Bilbao Larrañaga. Era una persona especial, que guió como gerente los primeros años de Lantegi Batuak, desde sus orígenes en 1983 hasta 1995. Aquel año, la asociación vizcaina a favor de las personas con discapacidad intelectual, Gorabide, decidió impulsar un proyecto social y empresarial para reivindicar el derecho al trabajo de las personas con discapacidad intelectual de Bizkaia y para poder demostrar que eran ciudadanos y ciudadanas de primera, capaces de trabajar como el que más. Y allí estaba ya Ramón, que era una fuerza de la naturaleza, que era capaz, con la misma naturalidad, de abanderar la rifa de una txala en su pueblo, Gernika, para costear las primeras necesidades económicas del proyecto, que liar a todo el mundo en la utopía que supuso entonces, lo que hoy es una realidad.
Ramón nos enseñó con su ejemplo que no hay sueños imposibles. Nos mostró un camino en la integración, que iba más allá del trabajo. Nos enganchó en la idea de que no estábamos trabajando simplemente en una empresa, sino que lo que hacíamos tenía un sentido trascendente.
Pasamos muchos problemas y tensiones a las que acompañaban muchas risas y alegrías. Lo que hicimos de su mano en aquellos primeros años, tendría como consecuencia la transformación de una sociedad, la vizcaina, que hoy, gracias a su impulso y visión, está más cohesionada a nivel social, es más justa y solidaria.
Primero, las personas Ramón llamaba a todas las personas por su nombre, pues más allá de los números, en su cabeza siempre estaban las personas, por encima de todo y siempre por delante de la organización a la que amó y se entregó.
Todos le queríamos, no era difícil porque se hacía querer. Más que equipos, hacía tropeles, que lo mismo trabajábamos sin descanso, que nos corríamos una juerga en cuadrilla, cuando todavía teníamos el tamaño para caber en el Salamandra.
Ahora, han pasado treinta años desde aquel inicio, hemos llorado la ausencia del timonel, pero lo que nos ha dejado, demuestra que la utopía es posible. Ramón se ha ido, pero ha visto cumplido un sueño: miles de personas con discapacidad trabajando con normalidad en talleres, pueblos, jardines, empresas y hasta en supermercados. Queda mucho por hacer, pero su legado nos acompañará aunque ahora sólo veamos la niebla. Agur jauna maittia.
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