Ni rojos ni amarillos
El sindicato vasco ELA, que acaba de cumplir cien años, nació para lograr una defensa frente a las organizaciones marxistas
EL principal sindicato del país, Eusko Langileen Alkartasuna (ELA), ha cumplido este año 2011 cien años. Un siglo de vida y de lucha sindical que, como ha ocurrido en Euskadi con todas las organizaciones democráticas de tanta duración, ha conocido de todo menos placidez. En este artículo se abordará un período muy corto de este siglo, el lustro republicano que transcurrió en paz. Cinco años que, a pesar de su cortedad, no solo no fueron menos significativos que otros períodos en la historia de ELA, sino que conformaron un tiempo que definió la independencia del sindicato frente al papel que pudiera caberle de correa de transmisión del Partido Nacionalista Vasco.
ELA surgió en el año 11 del siglo XX, pero no nació ni a la primera ni con un programa sindical definido. Al contrario, los 178 trabajadores que se reunieron para constituir Solidaridad de Obreros Vascos (SOV) lo hicieron después de varios intentos y para lograr una defensa en contra de las organizaciones marxistas. El nacimiento del sindicato nacionalista fue directamente impulsado por la huelga de 1910, convocada por la UGT.
Además del antimarxismo cabían otras razones que explicaban el nacimiento de la nueva central. La expansión del nacionalismo a todo lo ancho de la sociedad -también a las clases trabajadoras- y la debilidad y casi imposibilidad de los sindicatos católicos de liberarse de la tutela y abducción de la patronal y de la Iglesia para su práctica sindical hicieron necesaria para estos obreros la formación del nuevo sindicato. A los trabajadores nacionalistas el amarillo de los católicos espantaba tanto como el rojo de los marxistas.
Desde julio de 1911, fecha de la constitución de SOV, hasta las vísperas del advenimiento republicano de 1931, el sindicato arrastró una vida sin demasiados éxitos, lo que no siempre fue de su única responsabilidad. De esos cuatro lustros siete años transcurrieron bajo la dictadura de Primo de Rivera que se apoyó para sus proyectos laborales en la UGT, marginando al resto de las centrales.
El 14 de abril -quiere decirse la República- supuso, como en la mayoría de los órdenes de la vida pública y privada, una raya que marcó un antes y un después. Al nacionalismo le pilló con la mitad de los deberes hechos pero un tanto con el pie cambiado. Al PNV, reunificado meses antes, dotado de unos líderes jóvenes que no habían participado en los enfrentamientos que habían dado origen a la división nacionalista, y que estaba formulando un programa político y organizativo modernos, le tocaría superar el no haber participado en el pacto de San Sebastián del verano de 1930. Pacto en el que se dibujaron los grandes trazos de lo que esperaban hacer del nuevo régimen sus dirigentes en el caso de que éste finalmente sustituyera a la denostada y desprestigiada monarquía borbónica.
En junio de 1933, Alberto Onaindia, uno de los principales propagandistas católico-sociales de la época y gran valedor de ELA, resumía así la situación del sindicato: "Cuenta con unos 45.000 afiliados, entre obreros y empleados. A principios de mayo celebró en Gasteiz su II congreso acordando un avanzado programa social. Confirmó sus principios cristianos y vascos. Se adhirió a la internacional cristiana de Utrecht."
Según Onaindia, el solidarismo estaba penetrando también en Araba y Nafarroa, pero donde más estaba despuntando era en Gipuzkoa: "En un año han pasado de unos 15.000". En este territorio la nota característica del sindicato se refería a la sindicación de los agricultores, los nekazaris o baserritarras. Onaindia informaba que "más de 3.000 caseríos han organizado la Nekazari Batza de Gipuzkoa. Sus fines, además de la defensa de los postulados de su clase, abarcan sobre todo el acercamiento y la incorporación definitiva del nekazari al movimiento obrerista vasco y cristiano."
nombre definitivo ELA no perdió el tiempo favorable que se abrió con la República. Los sindicatos de obreros -los trabajadores manuales de taller- y los de empleados -los de cuello blanco- se unieron adoptando el definitivo nombre de ELA-STV. La ampliación sindical se extendió al campo, como hemos visto, con los nekazaris y al mar con los pescadores no propietarios o tostartekos. Todo ello guiado y enmarcado en lo que se conoció como propietarismo vasco. Una tercera vía entre el colectivismo y estatismo de izquierda y fascista y el liberalismo individualista. Ni capitalistas explotadores, ni obreros explotados propietarios únicamente de la mano de obra. Una vez más, ni revolucionarios ni vendidos a la patronal. Ni rojos ni amarillos. Una clase media de pequeños propietarios del taller, de la tienda, del caserío o del barco donde trabajaban. ELA soñaba con una Euskadi emancipada laboralmente por el trabajo realizado por los vascos en fábricas u otros lugares de trabajo que fueran propiedad de sus trabajadores. De ahí, por ejemplo, la gran importancia que se dio al cooperativismo de todo tipo (de consumo, de trabajo, agrario, sanitario…).
Pero mantener la tercera vía trazada no le fue fácil al sindicato nacionalista. Como no le fue fácil lograr la independencia de acción. ELA era un bocado demasiado goloso como para no ser pretendido por muchas novias.
Desde el advenimiento de la República las fuerzas de derecha, las que habían sostenido al caído régimen liberal-conservador y sus aliados como la Iglesia, trataron de frenar lo que entendían como deriva extremosa hacia la izquierda de la República. En el campo laboral poco podían oponer a las grandes y fogueadas centrales izquierdistas, la socialista UGT y la anarquista CNT. Los sindicatos católicos españoles en pocos casos habían pasado de ser meras correas de transmisión de la patronal y el amarillismo que se les adjudicaba, en la mayoría de los casos no era una simple opinión, sino una mera constatación de hechos. Estos sindicatos no habían prosperado, no por falta de trabajadores dispuestos a afiliarse a ellos, sino, a menudo, por la oposición de quienes los impulsaban a que fueran verdaderos sindicatos reivindicativos y de clase, optando por unas fórmulas paternalistas de idílicas uniones de patronos y trabajadores. Estas agrupaciones gremiales, si nunca habían funcionado, a la altura de 1931 sin la protección del Estado y con la Iglesia apeada del poder y los patronos descolocados ante la nueva situación, eran totalmente inoperantes.
En esta tesitura el valor del sindicato nacionalista vasco ganó numerosos enteros. Euskadi un país con una importante masa obrera encuadrada en sindicatos de izquierda podía ser el solar donde fueran a experimentarse fórmulas sindicales nuevas.
En el escrito de Egizale, uno de los sinónimos que utilizaba A. Onaindia, más arriba citado, éste informaba de "la meritísima labor que lleva a cabo una reciente entidad cuyo fin es el de difundir la cultura social cristiano-vasca en el sector del trabajo y patronal". Se refería a la Agrupación Vasca de Acción Social Cristiana (AVASC). Esta asociación creada a finales de 1931 agrupó tanto a sectores procedentes de la derecha española como del nacionalismo jeltzale. El canónigo de Valladolid los definía como "personas encariñadas con la solución del problema social" y que "afirmando sus postulados cristianos y vascos, organizan e implantan medios de difusión de las enseñanzas sociales dentro del marco de las Encíclicas Papales."
La AVASC se dirigió tanto a los trabajadores como a las clases acomodadas. A estas últimas, mediante conferencias en Bilbao y Getxo, y, a las primeras, organizando cursillos sobre temas sociales en la zona industrial y minera de Bizkaia a cargo de jóvenes propagandistas de las clases cultas, además de la formación de propagandistas entre los mismos obreros. El sacerdote markinarra informaba de que en abril había funcionado "la Universidad Obrera Vasca, en la que cursaron 57 alumnos obreros durante un mes asistiendo a cuatro horas de clase diarias, y una hora de prácticas". En mayo se repitió en Donostia la misma Universidad con asistencia de 61 alumnos.
Sin embargo, este interclasismo e interpartidismo no podía perdurar sin causar conflicto. El nacionalismo vasco a medida que se expandía por la sociedad se hizo, utilizando una terminología de hoy en día, cada vez más plural. Al PNV le surgió una competidora a su izquierda, ANV, y sin especificar mano, la que se identificaba con la revista Jagi-Jagi. Precisamente, Eli Gallastegi, el inspirador de esta publicación, fue el primero en criticar la imposibilidad de unión entre patronos y trabajadores. La dirección de ELA aceptó esta tesis y prohibió a sus miembros pertenecer a la Agrupación Social Cristiana. El PNV, obligado por una doble querencia hacia el sindicato y hacia la AVASC, porque muchos de los solidarios eran jelkides igual que lo eran algunos de los dirigentes más significados de la agrupación, entre ellos José Antonio Aguirre, Julio Jauregui, etc., optó por capear la tempestad poco menos que tapándose los ojos y mirando a otra parte. El órgano jeltzale Euzkadi siguió publicando la página social que inspiraba a Solidaridad y que era redactada en gran parte por miembros de la AVASC, pero se le prohibió hacer mención de la agrupación. ELA oficialmente rompió con la AVASC pero siguió tratando con la misma a nivel personal.
Esta anómala situación continuó hasta la revolución de octubre de 1934. La huelga general revolucionaria convocada por los socialistas fracasó y el Gobierno republicano de derecha involucró en la intentona no solo a las fuerzas de izquierda sino también al nacionalismo, en concreto al sindicato. Los elementos más derechistas y no nacionalistas vascos de la AVASC optaron, encabezados por el jesuita Joaquín Azpiazu, por prescindir de ELA y dirigirse a los sindicatos católicos para llegar a las clases trabajadoras. En adelante la agrupación dependería directamente del Obispado y reforzaría sus características de modelo sindical de conjunción de las clases patronal y obrera.
Los elementos nacionalistas vascos de la AVASC, probablemente los más activos desde que esta surgiera, se retiraron de la misma porque en las nuevas condiciones se excluía a ELA y el partido jeltzale no podía prescindir de su base trabajadora.
Antes de que comenzara la guerra, ELA había reforzado su modelo sindical de clase. Se había dotado de una ideología social-cristiana pero desligada de tutelas eclesiásticas y patronales. Por otra parte, la pluralidad del nacionalismo la había llevado a velar por su independencia y dejar de ser, en el caso de que alguna vez lo fuera, correa de transmisión del PNV.
En definitiva, ni rojos ni amarillos.