Bilbao. Juan Sagarna Sagarna era "el comité de bienvenida al pueblo para los recién llegados", aseguran sus familiares, y por los comentarios escuchados en Zeanuri desde su muerte, hace una semana, no hay mejor afirmación que defina a este amable vecino, de pocas palabras pero muy buen corazón.

A dejar esta bonita huella en la memoria de sus vecinos, le ayudaron los largos años a que pasó con dedicación detrás de la barra del bar Sagarna, al que dedicó gran parte de su vida. Aunque hoy también se encuentra desaparecido, sigue viviendo en los corazones de quienes lo recuerdan con mimo y nostalgia.

Especialmente agradables eran las sobremesas en esta taberna, nacida en 1922 de manos de los padres de Juantxu -Juan Cruz y Josefa- y que con el paso del tiempo se hizo famosa "como la Cruz del Gorbea". Los asiduos al establecimiento aún recuerdan los ratos pasados tras degustar buenas alubias o tiernas albóndigas. Comida tradicional, de toda la vida. Nada de lo que se conoce como nueva cocina vasca, de muchos platos y poca chicha. En el bar Sagarna se comía como mandan los cánones.

Morros, bacalao, y un largo etcétera salían en grandes cantidades de las buenas manos de la viuda de Juantxu, Maritxu, "su gran apoyo y compañía", y su cuñada Vicenta. Mientras ellas se perdían entre los olores de la cocina, Juan despachaba en la barra poniendo en marcha su sonrisa imperecedera y sus dotes de persona abierta y amable.

El Athletic y la pelota Hasta los 80 años que llegó a cumplir, este conocido vecino hincha del Athletic y aficionado a la pelota, huía de los enfados. No obstante, siempre estaba dispuesto a ayudar a la gente, "sin distinción, fueran de donde fueran y pensaran como pensaran". Uno de sus momentos de mayor disfrute y descanso del trabajo era la misa en la iglesia de Zeanuri, pues Juantxu era muy creyente.

Una vez jubilado, en 1998, esta afición compartió su tiempo con la que pasó a ser su mayor gloria: sus nietos. Ane, Maren y Markel hoy le echan de menos como el resto de su emocionada familia, a la que estaba muy apegado, a pesar de que no pudo disfrutar como le hubiera gustado de la niñez de sus hijos pues el bar, donde daba de comer a quien llegaba a Zeanuri, le comía casi todo su tiempo.

Sin embargo, todos en casa le querían mucho y adoraban lo entrañable que resultaba su sensibilidad. "Iba a los funerales a dar el pésame y al final era él quien tenía que ser consolado", asegura su hijo, Alberto, que ha sacado esta cualidad de su aita, quien, con el visto bueno de Maritxu, coló la música de Gontzal Mendibil en el funeral de su padre. "Aita se emocionaba con la canción In memorian de su vecino y amigo Gontzal, quien la compuso en recuerdo de su primo Egoitz", explica Alberto.

Apagándose poco a poco Prueba de todas sus cualidades fue la presencia de numerosos vecinos en su último agur, al que Juantxu llegó suavemente, como vivió, "apagándose como una velita" y exhalando su último aliento tranquilo, mientras dormía la siesta.

De cualquier forma, este aitatxu y tres veces aitite fue feliz, con su mujer, sus hijos, sus nietos, sus partidos de pelota, sus misas, sus amigos y la vida en Zeanuri, siempre sin palabras mal sonantes, pues no le gustaban nada, pero con mucho sentido del humor, algo "irónico", a veces, según cuenta la familia "pero sin maldad, sin querer hacer daño", remarcan los que hoy le lloran. Pues perder a un aita, "por mucha edad que tenga" y por muy delicado que estuviera su corazón, "grande, muy grande", supone un trago muy duro. "Hemos tenido la suerte de que no sufrió", añaden a modo de consuelo.