LAS cosas claras y el chocolate espeso es una expresión popular adecuada para ilustrar el modo en que Raúl García transmite su posicionamiento en la profesión que desempeña. De palabra y de obra. En sus siete años en el Athletic nunca ha cambiado de registro, ni con las botas de taco ni con las zapatillas que calza para ir a las salas de prensa. De ahí que ayer su presencia ante cámaras y grabadoras despertase expectación.

Algunas veces el contexto no hacía prever que su discurso fuese a tener excesivo eco, en esta sí había motivos para pensar que lo que fuese a contar tuviese miga. Así fue. Pese a ese tono monocorde tan suyo, que cabría asociar a un mensaje sin relieve, expresó serenamente cuanto tenía dentro. Renovó contrato al límite, el último día, lo cual alimentó toda clase de especulaciones. Dejó sentado que él no promovió esa sensación de incertidumbre que rodeó su nombre ni participó en la misma, simplemente actuó con discreción y permaneció en silencio a la espera de acontecimientos.

Reveló que echó de menos una comunicación más fluida con el club. No tuvo inconveniente en cantarlo, pues precisó que también se lo hizo saber a sus interlocutores. Un detalle, el de la ausencia de un diálogo directo por omisión de los dirigentes que no constituye una novedad y que contrasta con su afán por hacer ver lo contrario, aunque ello implique faltar a la verdad.

Eso sí, la espera le resultó más llevadera porque era consciente de que Ernesto Valverde deseaba su continuidad y, para qué engañarnos, es de dominio público que en la actualidad el entrenador es mucho más que el entrenador; parafraseando al presidente o al director del fútbol, ejerce de líder en este Athletic. Sus criterios y decisiones son palabra de dios.

Así las cosas, era impensable que finalmente Raúl García no siguiera vistiendo de rojiblanco, pese a su edad y a que su influencia en el equipo ha experimentado un retroceso evidente. Al respecto, el jugador confesó que le hubiese gustado intervenir más a menudo el año anterior y aprovechó para deslizar su disconformidad con quienes sostienen que los veteranos restan oportunidades a los jóvenes. Vino a decir que nadie regala nada en el máximo nivel del fútbol, que si los viejos entran es porque se lo ganan en el día a día, que tampoco él recurría a ese argumento cuando con otra edad peleaba por un puesto con tipos más curtidos.

Bien, Raúl García se ha ganado el derecho a que su implicación prevalezca por encima de cualquier juicio sobre su rendimiento. Es alguien entregado, serio en el trabajo, que no concibe el relajo o la autocomplacencia. Ocurre sin embargo que quien manda en el vestuario ha demostrado con hechos que ha dejado de ser la pieza básica que fue durante la mayoría de las temporadas que ha cubierto en Bilbao.

Valverde puede quererlo a su lado y declarar, como hiciera el martes, que se trata de un futbolista único por su poder intimidador sobre los rivales, narrar una serie de episodios que avalarían dicha aseveración y concluir diciendo que “hay situaciones en que nos puede venir bien”. Pero si lo cierto es que quien sostiene lo anterior, lo relega hasta el punto de que su presencia o sus cifras goleadoras caen en picado, algo no cuadra. Acabar decimoséptimo en el ránking de minutos no es una anécdota. Más bien se antoja un indicativo de que en ocasiones se prioriza el prestigio a factores que se suponen determinantes para ocupar plaza en la competición de élite.