LA del pasado viernes fue la mejor resaca del mundo. Así, sin ambages, maximalista que es uno. Y fue la mejor porque no hubo efectos secundarios y una sociedad como la vizcaina exhibió su cordura y madurez en un evento inédito y poco catalogable. Las consecuencias de un fiestón, de una quedada de colegas dispuestos a disfrutar, siempre acaba de aquella manera si las cosas se desmandan. Pues imagínense si coinciden para la celebración un millón de personas (bueno, alguna menos) con el mismo interés a lo largo de más de 20 kilómetros de orillas de una ría donde 160 embarcaciones navegaban transportando a varios miles de fiesteros más, entre ellos los propios homenajeados. A esos hay que añadir varias decenas de miles de aficionados más que participaron desde ventanas, terrazas, azoteas y cualquier tribuna elevada que se pudiera ocupar. Un escenario que además se prolongó más de seis horas y que en el centro de Bilbao tuvo su ración extra de calles atestadas para presenciar a la troupe futbolera en autobús descapotable. Todo un festejo que acabó sin incidente destacable alguno, donde todos los participantes tuvieron la suficiente cabeza como para no amargar la cita y en la que los dispositivos de seguridad y prevención diseñados por las instituciones funcionaron a las mil maravillas. Solo la rémora de la basura arrojada en el cauce y sus márgenes empañó la cita. Una bagatela si tenemos en cuenta lo descrito.