En Miribilla hay perros que leen. Lo desveló hace tiempo una mujer que aleccionaba a su mascota a la puerta de un bar señalando un cartel: “Ves Sugus, en este cartel dice que no puedes entrar”.

Se desconoce si en otros barrios de Bilbao hay canes capaces de esta proeza, pero, debido a la elevada población perruna de Miribilla y alrededores, por pura estadística se intuye que es más sencillo. Sobre todo, porque también es muy alta la proporción de dueños que tratan a sus perros como sustitutos de la descendencia que nunca tuvieron o que ya voló. Cuentan hijos de la posguerra que se criaron con perros de caza que hace 70 años no se recogía la caca de los perros. A nadie se le ocurría dejar al animal hacer sus necesidades en mitad de la acera y además el volumen de perros que había entonces garantizaba que las zonas verdes no fueran campos de minas. Y, en general, quien tenía perro, más si su destino era acompañar al cazador en sus batidas, lo educaba como tal, con cariño, pero teniendo claro que era, ni más ni menos, un animal.

Seguro que ahora también hay personas que ponen a sus mascotas en su sitio. Sin embargo, en una ciudad en la que uno de cada cuatro hogares tiene perro –hay casi 39.000 frente a cerca de 31.000 niños– es muy fácil encontrarse con el rastro de los dueños que no recogen excrementos y zoquetes que juegan con sus mascotas en los parques infantiles o que comentan las noticias al animal mientras ojean el periódico con un café.