A pesar del cambio climático, o quizás por su cada vez mayor presencia, Bizkaia sigue siendo un territorio de aguas mil. Lo estamos comprobando desde el domingo y además con episodios que se repiten cada vez más intensos. Unos aguaceros torrenciales que impactan directamente sobre los ríos que, sin embargo, son cada vez menos peligrosos para sus márgenes y los residentes que las habitan o trabajan en ellas. Sí, ya sé que se ha desbordado el Kadagua en Balmaseda y otras localidades aguas abajo, pero las afecciones no son tan relevantes sobre todo si las comparamos con lo que ocurría hace 20 o 30 años en este cauce, y ya no digo nada en la cuenca baja del Gobelas, Ibaizabal o Nervión. Estos tres últimos ríos ya apenas si aparecen en el listado de zonas anegadas. ¿La razón? La labor preventiva y la previsión con la que trabaja URA, la Agencia Vasca del Agua. Sus intervenciones fluviales antiinundaciones, recreciendo fondos y ensanchando cauces, manteniendo limpios márgenes fluviales o creando nuevos cursos para el agua, suponen que los vecinos ribereños de Basauri, Getxo, Arrigorriaga o Galdakao observen los cielos cargados sin temor. En la zona de Mimetiz, en Zalla, un Kadagua ampliado recientemente juntos a dos cauces paralelos para días lluviosos es buen ejemplo. Son obras costosas desde un punto de vista de ingeniería y para el erario público al que contribuimos, que pasan desapercibidas la mayor parte del año, pero que cuando se ponen a prueba, responden.