EL dinero crece en el árbol de la paciencia, entre la búsqueda afanosa y la espera calma hasta que llega su hora que, en el mes de enero, suelen ser las rebajas de invierno. Ya no son como antaño, batallas campales donde las gangas provocaban esa sensación de revuelo al grito del ¡a por todo! Hoy sale gente a la caza y captura, claro que sí, pero todo tiene una estrategia. Se va a tiro hecho. Se busca una necesidad bien identificada y no un producto cualquiera, un ave de paso que le cautiva a uno si puede cazarla al vuelo. Internet es la estrella que guía a no pocos clientes y las ventas permiten sacudirse a los comercios el polvo y las migas de los stocks.

¿Existe la figura de una persona compradora de rebajas que se distinga del común de los mortales? Intuyo que sí. No es un ser común sino un ejemplar que debe reunir una serie de valores tales como paciencia, capacidad de ahorro, audacia, agilidad, egoísmo, retentiva, visión aguda, flexibilidad de los miembros, resistencia, rapidez de juicio, aptitud para el cálculo, y un tipo de malicia que no está reñida con la cortesía. Con tales cualidades, lo mismo te haces con una chaqueta a precio de camiseta para dormir que con la mínima para los Juegos Olímpicos de este año en París.

¿Cuáles son las reglas del juego en estos días? Hay diversas actitudes pese a que, como les dije, todo ha ido templándose. Aún quedan quienes se hacen con una prenda a 50 euros que hace apenas dos días costaba 100 por el mero placer de atrapar el descuento, pese a que no se necesite, que sé yo, un bikini en enero o un abrigo en julio. No son, contra lo que pudiera pensarse, hormigas previsoras sino cigarras cantarinas que valoran más el recorte que la utilidad. Están, también, las gentes del cálculo que se diseñan la vida por los cuatro costados y esperan estos días para llenarse el armario.