LA estadística estimará que si alguien se zampa cuatro pollos y otro ninguno, cada uno de nosotros nos habremos comido dos de media. O que si colocamos la mitad de nuestro cuerpo en un horno a 50 grados y la otra mitad en un frigorífico a cero, tendremos una temperatura corporal media de 25. Ocurre lo mismo con el impulso telemático de las consultas médicas en tierras de Ayuso para disimular de forma subterránea la escasez de esos profesionales que manda al paro. O con las prestaciones que intencionadamente obvian las ayudas progresivas sin condicionarlas al nivel de renta porque hay quien las tacha de comunistas y prefiere universalizarlas. Los erreges traerán a los niños vascos de hasta tres añitos un suplemento de 200 euros mensuales que permitirá a las familias que superan los 100.000 euros de renta –créanme que no conozco una sola– vestirles de Gucci o a lo Von Trapp mientras quienes realmente las necesitan recibirán la misma subvención y continuarán rastreando los outlet y dejándose la piel para que no les falte algo en el plato. Basta tirar de lógica, sin ideologías, banderas ni trincheras, para sostener que así se ensancha la diferencia de clase. Estoy además seguro, porque aún quiero tener fe en la condición humana, de que no pocos hogares acaudalados estarían dispuestos a ceder su parte y no por caridad. Lo del café para todos es una medida que choca con la coherencia cuando se trata de que en la mesa, al menos, haya pollo.

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