Caminamos hacia una nueva realidad. Solo el peor ciego no lo querrá ver. Acabará por notar sus efectos. Le puede ocurrir al PP al paso que lleva, deambulando en sentido contrario a los sones de ese corifeo tan dañino por entreguista. Ocurre que la inexorable necesidad de una investidura mediante el voto periférico ha convertido en virtud la mirada atenta, incluso hasta complaciente, de Pedro Sánchez hacia la exigencia territorial. Posiblemente sin convicción ideológica, habida cuenta de su irritante, para muchos, trayectoria mutante, pero la ciaboga es un hecho. Si hay que pedir resonancia aquí y allá para las lenguas vernáculas, se pide; si hay que buscar recovecos a una amnistía, se buscan; si hay que comprometerse a una consulta popular, se da la cara, sabedor de que el tiempo lo cura y olvida todo. Hace cuatro años le tocó abrazar al enemigo más visceral a quien siempre había repudiado. Lo hizo sin ponerse colorado. El consumado estratega del pragmatismo. Eso sí, el único candidato posible para formar gobierno. El ganador de las elecciones, mientras, rabia su soledad.

El PSOE avanza hacia la conquista de su objetivo. Desde la constitución de la Mesa del Congreso, lo acaricia con prudencia. Posiblemente ha salvado el escollo más difícil aunque sabe la enconada travesía que le aguarda. Una derrota en la carrera hacia la presidencia de la Cámara hubiera sido tan letal que habría conducido a la repetición electoral. Prueba coronada con tanto éxito que ha acabado por abrir involuntariamente otro boquete en el frente enemigo. La sorprendente división del voto en la derecha durante la jornada del pasado jueves solo puede ser obra de un ofuscado estratega caído en desgracia. Los ríos de tinta generados por semejante error debilitan la figura ejerciente de Alberto Núñez Feijóo y, de paso, echan otra palada de tierra sobre la temeraria capacidad de rehabilitación del PP.

Bien es cierto que los medios de izquierda, recuperadas sus constantes vitales tras los resultados de las elecciones generales del 23-J, tampoco deberían echar las campanas al vuelo regocijándose de esa derecha quebrada porque no responde a la realidad. Puestos a soñar como únicamente hacen Feijóo y su guardia pretoriana, en el hipotético escenario de que se llegara a una votación sobre su investidura, Vox le daría su apoyo. En sentido contrario, unos y otros rechazarán sin fisuras a Pedro Sánchez cuando el rey le proponga, antes o después, candidato a formar gobierno. Serán estos los momentos más dolorosos y enrabietados para cuantos creyeron –y son legión– que el sanchismo agotaba sus últimos días. Posiblemente ese día está al caer.

Para entonces, Puigdemont ya se habrá empoderado de la vida política y mediática. Será otro baño de la nueva realidad. Aquel prófugo que parecía reducido al triste destino de una rebelión independentista fracasada, aunque siga latente, vuelve henchido de venganza y sabedor de su poder de determinación. Tiene en sus manos la suerte institucional del país al que tanto repudia. Una ocasión crucial que jamás se le presentó a ERC, ese incómodo rival del que quiere desmarcarse y, desde luego, fustigar electoralmente. Tampoco sus primeras exigencias han roto demasiadas costuras ni demudado los rostros. Por eso hasta sus enemigos del republicanismo catalanista se han jactado de tanta levedad después del suspense esparcido durante tanto tiempo para descifrar el sentido de su voto. Y en Waterloo han acusado la mofa causada por el tono de sus moderadas reivindicaciones. Tanto, que el expresident de la Generalitat ha avisado raudo de que no ha vuelto manso al redil, de que sigue siendo el mismo de siempre. Que no es un botifler, vaya.

El escenario se va librando de obstáculos. El calendario empieza a correr y de ahí el arranque de las consultas del rey con los líderes políticos. Con un rápido vistazo a la suerte echada de la Mesa del Congreso tampoco deberían existir muchas dudas, siempre que Junts no se tire al monte y decida jugar a la política, aunque le cueste después de tanto tiempo sin hacerlo. Sin embargo, es la ocasión para que el PP y sus trompetas recuerden que se han ganado siquiera el premio de consolación con su triunfo en las urnas. Lo van a hacer sin desmayo, con otro botón de muestra de su ceguera. Una palmaria demostración de que siguen sin entender la nueva realidad construida sobre algunos gestos –siquiera los más elementales– que le cuestan digerir a una derecha como son esos guiños al presente y futuro de la configuración territorial.