LO mismo procesionaron mil y un sabores por los fogones y cocinas del txoko Gourmet que se sirvieron pintxos nazarenos en el corazón del Bilbao más viejo; lo mismo se retó a la climatología para que se mantuviesen en pie las procesiones de Semana Santa, esas que tanto calientan según qué corazones que se emprendieron los paseos teatralizados de los Anfitriones y los paseos fluviales por la ría con Mirentxu y Begotxu. Sonaron las guitarras eléctricas del rock o las cornetas y tambores; lo mismo cantó Barbara Hendricks en los conciertos Ars Sacrum de la Encarnación que estalló el ciclo Rock City en el Kafe Antzokia. Fue, como les digo, la vida entremezclándose y el pulso de Bilbao latiendo acelerado.

Lejos quedan los días vacíos de Semana Santa aunque haya barrios –Indautxu, sin ir más lejos....– en los que bajó la tensión y la vida se diluyó en el Mar de la Tranquilidad o Mare Tranquillitatis, ese extenso mar lunar donde el 20 de julio de 1969 descendió el módulo lunar de la nave Apolo 1. Unos metros más allá, ya les digo, se rindió culto al dios del kilómetro 0 en El Arenal y la gastronomía vasca se despendoló con productos de la tierra. Fue, ya les digo, un tiempo de contrastes.

Hubo, a su vez, un tiempo Hammelin. No en vano, más de 15.000 niños y niñas encontraron no pocos espectáculos a los que seguir al son de su flauta. Gargantúa, magia potagia, teatro infantil de calle, talleres de circo y un simparar de actividades programadas para la degustación infantil.

El edificio del Ensanche y el Casco Viejo, la zona de la Concordia, destinada a convertirse en un mundo nuevo en este Bilbao tan usado, Azkuna Zentroa o la plaza del Gas. Esas fueron algunas de las zonas elegidas para el disfrute en una Semana Santa marcada por las atracciones de una ciudad que se muestra y se exhibe, que se prueba y procesiona. Un Bilbao que no se queda quieto en absoluto.