Lo agradecerá la persona usuaria habitual, habida cuenta que, en el caso de que se duplicasen los carriles del tramo del tranvía que se desliza entre San Antón y el teatro Arriga (es una curiosidad: la distancia entre los puntos cardinales de Bilbao se miden entre edificios históricos...) podrá decirse, a modo que lo dirían los escritores clásicos algo así como “ancho es el camino y corto el viaje”. Vamos, que disminuirían las frecuencias de paso de las unidades y, como consecuencia, se acortarían los tiempos de paso.

En algún sitio lo leí. Una ciudad no se mide por su longitud y anchura, sino por la amplitud de su visión y la altura de sus sueños. La frase es poética, lo reconozco, pero en no pocas ocasiones las escalas facilitan dar con esa visión que te encandila y esos sueños que te ahorran pesares. Ahora, cuando se revisa la posibilidad y la necesidad de alargar la trayectoria del camino, miramos con interés los planos. ¿Será más atractivo el recorrido del tranvia, más apetecible? ¿Llegará allá donde mi un solo medio de transporte público lo hacía antes? En esa curiosidad anda la ciudadanía. 

Hace no demasiado tiempo la gente que siempre tiene prisa decía que los tranvías son medios de transporte creados para turistas. Desde luego el de Bilbao no gasta la velocidad de los trenes bala de Japón, pero tampoco recuerda a uno de esos trenes cremallera que suben a las montañas a paso de burrita sandunguera. Tienen su utilidad, vaya que sí. Si uno llega hasta la calle Autonomía y, de allí, hacia los barrios altos, agradecerá el ahorro de las cuestas. Si uno pretende llegar hasta Zorrotzaurre pero no tiene ánimo de caminata. Agradecerá el ahorro del largo paseo. De la gente que siempre tiene prisa, les hablaba. Ni siquiera miran al tranvía a su paso. No lo usan porque no lo necesitan. Un horror esto de la vida exprés.