Se preguntaba Andy Warhol que “¿Por qué la gente piensa que lo artistas son especiales? Es sólo otro trabajo”. Otro trabajo que, en el caso de actores y cantantes (artistas de nuestro tiempo, en fin...) , les permite realizar todo tipo de exigencias, un tanto curiosas y particulares, en sus lugares de trabajo. Managers, representantes, y demás séquito que acompaña a los artistas, se apresuran y desviven por cumplir sus peticiones en platós de rodaje, camerinos y escenarios. Ahora que Bilbao se ha convertido en un gigantesco plató emergen un sinfín de peticiones para saciar los caprichos de las estrellas. El tiempo no ha cambiado el hábito, ya ven. 

Quienes estudian esta caprichología señalan a Marlon Brando como uno de los reyes. Detengámonos en él antes que en cualquiera de los presentes en Bilbao, por esquivar sus cabreos si se les señalan. En sus últimos años de carrera, este mito del Hollywood clásico hizo de la excentricidad norma, boicoteó deliberadamente varias de las producciones en las que participó. En la adaptación de La isla del Dr. Moreau, por ejemplo, se negó a aprenderse el diálogo, exigió llevar una bolsa de hielo en la cabeza y que el actor dominicano Nelson de la Rosa, el hombre más pequeño del mundo a principios de este siglo, apareciera como su sirviente en cada escena y luciera los mismos estilismos que él. Hay más ejemplos: en Superman no quiso quitarse su Rolex para dar vida al padre del héroe kryptoniano y en Un golpe maestro se refirió al director, Frank Oz, durante todo el rodaje como Mrs. Piggy en referencia a la cerda de Los teleñecos, serie dirigida por el propio Oz. ¿Lo ven? No es baladí. El propio Oscar Wilde nos dijo que un capricho se diferencia de una gran pasión en que el capricho dura toda la vida. Viendo las exigencias de cada cual ya se intuye el toque infantil deesta gente.