ES tan frágil el proyecto que se diría que está hecho con cristales de Bohemia; tan ajustado a las defensas del entorno que se diría que, en el caso de salir adelante, los documentos de aprobación debieran ir firmados por Sir David Attenborough, uno de los divulgadores naturalistas más conocidos de la tierra. Ante ustedes se asoma Guggenheim Urdaibai, un proyecto que requiere equilibrios de funambulista, una relación entre arte, ciencia y naturaleza que ha de cuadrarse, para salir adelante, con precisión cirujana. De momento, todo está en estudio, todo aplazado para ver si es posible o no.

La diputada general, Elixabete Etxanobe, insiste en la vocación que persigue este proyecto de revitalizar la comarca y contribuir a la mejora medioambiental de la reserva de la Biosfera señalando que “requiere un cuidado especial y unas necesidades especiales”. Es un plan que requiere extremas delicadezas, lo que ha provocado que todo se ralentice, que cada idea sea sometida a mil y una lecturas y estudios, para no pisar un terreno anegado por arenas movedizas. Se trata de mejorar lo que hoy existe si se quiere seguir adelante con el proyecto y Urdaibai, estarán ustedes conmigo, es una hermosa postal. ¿Se puede? Seguro. ¿Será complicado? Supongo que también.

Quieren preguntar por las cuatro esquinas: entre los científicos y a los vecinos del barrio; a las ciencias medioambientales y a los gestores de la movilidad.

El proyecto, como ven, pretende salir a la luz con todas las garantías posibles. Incluso con ellas, si es que se consiguen llevar a cabo, se escucharán voces discrepantes. Existen precauciones, recelos, dudas y temores a una bárbara invasión de los ultracuerpos, dicha sea con permiso del cineasta Philip Kaufman que filmó una película de parecido título, protagonizada por Donald Sutherland.