La educación es la más poderosa arma que puede usarse para cambiar el mundo, esa es una verdad que se emplea de lo lindo en según qué edades. Hoy hablamos de otra educación, la primera que se recibe y que, bien mirada, es una de las más importantes que se cruzan por nuestro camino en los campos del aprendizaje, es un tesoro que sigue a su propietario durante toda la vida. En efecto, el cerebro es muy plástico; cosas que crees que no recordabas de repente las recuerdas ante la necesidad de utilizar ese conocimiento y entonces uno considera que la educación es, en efecto, un valor mayúsculo en este vida. Hoy se habla de un debate morrocotudo: la educación en torno a los hombres y a las mujeres, una duda casi eterna.

Las cifras siguen sin engañarnos. Según los últimos datos de la elección de estudios y carreras, las mujeres copan más del 60% en Humanidades, Ciencias Sociales y Educación, mientras que los hombres alcanzan el 74% en Ingenierías y Arquitectura. La pregunta que nos surge es fácil: ¿por qué después de más de 16 años de una Ley de Igualdad entre hombres y mujeres (2007) y todos los avances del feminismo las elecciones de carreras tienen unos sesgos de sexo de difícil modificación? Prefiero utilizar la palabra sexo en lugar de género, porque hoy día ya no sabemos exactamente a qué nos referimos con este concepto, sobre todo cuando se defiende que el género es una “identidad” en lugar de una imposición social basada en los más rancios estereotipos y roles sexuales.

Antes de llegar a esa frontera, ahora que comienzan a marcarse los primeros pasos de la formación, se insiste en considerarse que chicos y chicas han de trabajar desde los primeros pasos sin diferenciación, que nadie es más que nadie en función de género. Esas conversaciones de los últimos días duelen y muestran lo mal que andamos.