EL hotel Negresco de Niza, donde la atmósfera está cargada de lujo (incluso se han rodado más de treinta películas con Paul Newman, Yul Brynner, Rita Hayworth o Woody Allen, entre otros...) o el cosmopolita Savoy londinense, primer hotel de Inglaterra que introdujo la electricidad, el agua caliente y los ascensores y dio el pistoletazo del lujo en 1889, convirtiéndose en un imán para la clase alta del siglo XIX o para los artistas como Monet, que retrató al Támesis desde su suite. Pero también el Cipriani, que besa las aguas de Venecia, a un paso de la plaza San Marcos; el legendario Mount Kenya, que acogió a exploradores de toda índole y condición, incluso a Ava Gardner y Frank Sinatra que pasearon su amor por los jardines junto a celebridades como Winston Churchill, Lord Delamere o el Aga Khan; el Pera Palace de Estambul (en la habitación 411 Agatha Christie escribió Asesinato en el Orient Express...), o el Plaza de Nueva York donde se han alojado jefes de estado o los mismísimos Beatles. Es evocar la atmósfera de un hotel y desatar el apetito de las expediciones y la vida alegre y desatada.

Han venido a la memoria de este rincón todos estos lugares asombrosos ahora que, hecho el recuento, vemos que en Bilbao se recupera el espíritu de los hoteles, que tantas veces son testigos de aventuras. En no pocas ocasiones un evento cualquiera de alto calado les despierta de su largo sueño, tantas veces reparador. En esta ocasión es la llegada del Tour la que anuncia la llegada de una nube de viajeros pero lo mismo vienen para regodearse en el arte que para organizar expediciones gastronómicas o para recrearse en la arquitectura y en los paisajes. Aquel Bilbao que despertaba aquel mundo a finales del siglo XIX conoció esa sensación de que había miles de ojos puesta en ella. Hoy vuelven, como antaño, el escalofrío y el orgullo.