Hay quienes, como en el viejo chiste, avanzan error tras error hasta la victoria final. Por alguna razón que nada tiene que ver con la razón, cada nuevo error se convierte en una suerte de triunfo si se presenta con la suficiente fe y con la suficiente desmemoria. 

Parece que ahora, como si se tratase de un producto de marketing, hay que vender la política como un paquete de emociones nuevas y frescas, como ofertas de temporada, con campañas basadas en actitudes y formas en las que todo puede decirse independientemente de su contraste con la realidad. Pero la política no es un producto en un mercado consumista de usar y tirar, sino una apuesta estratégica, con consecuencias para la vida de todos, por la dirección de un país, y en ello debería contar el dato y la memoria.

En España tenemos un escenario político desquiciado de actuaciones pensadas a cortísimo plazo y que perecen a las horas dejando a su paso una nueva dificultad para resolver los problemas. 

Junts parece incapaz de aprender de los errores. En cada ocasión que se les presenta, insisten en optar por la peor decisión. Apostaron por una ruptura social, política y jurídica sin salida que hizo mucho daño a su país. Prometieron lo que no estaba en su mano. Aseguraron que conseguirían un apoyo internacional que no existía. Convencieron de que el camino hacia el precipicio llevaba en verdad al asalto de los cielos. Ante cada fracaso, la huida hacia adelante. Cualquier cosa menos reconocer errores y reconducir la situación para construir un mejor país para su gente.

Tienen ahora la oportunidad de integrarse en la gobernabilidad de España con propuestas que reconduzcan el desastre, que refuercen la convivencia, que dinamicen su país, que hagan recuperar la confianza. 

Pero emplean su cuarto de hora de gloria aritmética en disputas por el protagonismo, reeditando el desencuentro y una fantasía autorreferencial que cada vez interesa a menos y cansa a más. En la política hay que buscar alianzas y ser en ellas un agente fiable. Como en cualquier ámbito de la vida, supongo. 

Conviene recordarlo ahora que se acercan las elecciones en Euskadi y se nos ofrecen productos aparentemente nuevos. Como en el supermercado, hay que leer bien la etiqueta, porque a veces lo bonito y barato sale caro.

Frente a esa década de conflictos, Euskadi ha aprovechado para hacer los deberes en políticas sociales, gobernanza, empleo, industria o innovación. Euskadi presenta un desempleo del 6,3 frente al 8,7 del año pasado, mientras que Cataluña ha bajado del 9,9 al 9 y Madrid del 11,5 al 9,7. Es decir que, aunque según el paro es menor más difícil es bajarlo, Euskadi ha logrado reducirlo más que las comunidades más potentes del Estado lideradas por el modelo de la confrontación uno y del libertarismo el otro. Manteniendo además un riesgo de pobreza por debajo del que se da en esas comunidades.

El lehendakari Urkullu ha tenido acierto político en cada una de las grandes situaciones que le han tocado. Frente a los cantos de sirena logró centrar el rumbo del país en lugar de meternos en callejones sin salida. En aquellos tiempos, el líder del partido que hoy se presenta como alternativa insistía en que el proceso catalán era “ejemplar” y que le daba “sana envidia”, que “no existe un problema de confrontación social en Catalunya”, que el proceso era “imparable”, con una “dosis importante de irreversibilidad” y una “salud bastante envidiable”, y que Euskadi tenía “mucho que aprender” de aquello, que debíamos “sincronizar los relojes políticos vasco y catalán”: “Esperemos que en un breve plazo Euskadi también viva un proceso similar”. Para rematar la gran visión: “Me hubiera gustado ser catalán y tener a un Artur Mas”.

Conviene recordar. No vaya a ser que alguien crea que el futuro mejor nos lo van a traer quienes una y otra vez, frente a los grandes retos de este país, han optado por tomar el camino más vistoso, más colorido, más alegre y combativo… y más equivocado.