Garrido, a quien cuesta mucho definir como persona con autoridad aunque posea la potestad de juzgar, lo hace según le dicta algún sentido que no es el común de aquellos a quienes afecta lo que juzga y dicta. Y con obstinación. Tanta que a él podría juzgársele, a las pruebas me remito, reincidente; y considerar que la arbitrariedad le define mejor que su apellido. Además, el uso del euskera le es tan ajeno que sus sentencias suman error sobre error. Inducido. Ese que se da cuando la justicia “es víctima de factores externos que lo determinan o influencian”. Y no solo, quizá también, porque sean PP o Vox quienes firmen los recursos.