Tres años después de la pandemia, los efectos todavía son demasiado evidentes. Primero, en la propagación del virus, contenido gracias a la solidaridad de miles de ciudadanos y ciudadanas que decidieron contribuir con su vacunación masiva a ponerle freno a una enfermedad que, sin embargo, todavía sigue siendo mortal. Segundo, en la salud mental de una parte de la población, que no termina de superar los efectos de los terribles confinamientos sin los que, por otra parte, la realidad hoy sería más dura. Jóvenes y mayores, con una soledad no deseada, siguen siendo foco de atención y preocupación. A no desatender.