MOLA que el discurso apocalíptico de la derecha española se enrabiete a cada fracaso. Pero hay que admitir que la trama de esta película no habría pasado de la mesa del primer lector de guiones de ciencia ficción por surrealista. El caso es que, arrancada la nueva temporada del viaje galáctico de Pedro Sánchez, queda claro que habrá ley de amnistía y que el protagonista está venido arriba. Muy arriba. Tanto, que tendrá que vigilarse los vértigos para que subir tan rápido no sea sinónimo de caer desde más alto.

Dicen que la euforia es un síntoma del alivio y eso explicaría el modo en que el entorno del presidente español –y él mismo– vienen celebrando que la Comisión parlamentaria haya dado paso a la ley de amnistía. Ha sido un parto largo y doloroso porque la criatura venía cabezona y toda dilatación tiene un límite. De modo que se puede ser condescendiente con el suspiro de descanso que ha seguido al trance porque parece que el invento respira.

Lo que no acaba de justificarse es que alguien dé por hecho que esto ya garantiza a Sánchez una legislatura larga. Para eso hacen falta tantos hitos y tan constantes que incluso el incombustible presidente del Gobierno español puede perder pie con tanto trajín. Hay que reconocerle que está cumpliendo con los compromisos asociados a su investidura, pero es un pago en diferido –que diría dolores de Cospedal– que no sirve para adquirir nuevos activos políticos. Para eso, el crédito del gobierno precisa de nuevos argumentos de solvencia con quienes le prestan sus votos. Presupuestos y agenda legislativa no son un bien privativo del gabinete y patinaría en el alero de su estabilidad si pierde de vista qué suelo pisan sus pies por mirar a ese punto en el horizonte del que le llega la brisa. Abajo, la marea de la derecha salpica cuanto puede, convencida de que se puede derrumbar el rompeolas.