En nuestros últimos artículos, defendimos la idea de que pensar y vivir mejor es posible. Desde Etiker (Investigación ética), estimamos que la Ética y el discernimiento ético son medios necesarios para pensar y vivir mejor.

La Ética es un tipo de saber que se ocupa de la dimensión moral de la vida humana. Y es que hay formas de vivir y de comportarse que reciben o puede recibir el calificativo de morales o inmorales.

A este respecto, y a modo de ejemplo, cabe preguntarse: ¿Cómo calificar a las personas que no cumplen con la palabra dada, o que mienten sistemáticamente, para eludir responsabilidades interpersonales, familiares, sociales o políticas? ¿Cómo a las que viven del negocio de la droga, del desarrollo de armas, de la acumulación de grandes cantidades de dinero o bienes materiales, de la trata de personas con fines de explotación sexual? ¿Cómo a las personas e instituciones que promueven la violencia machista o la crisis climática, de forma activa o pasiva? ¿Cómo a la utilización de la inteligencia artificial para desnudar fraudulentamente a chicos y chicas, fomentando la pornografía sexual en ámbitos adolescentes o juveniles? Pues bien, la Ética es la dimensión estructural humana que nos permite pensar sobre el comportamiento más o menos humano, de las personas, grupos e instituciones sociales. De ahí, podemos llegar a la conclusión de que la Ética es un medio, más que necesario, para pensar mejor, es decir más humanamente, sobre los comportamientos que afectan al ámbito de la persona, de la comunidad y de la sociedad y de todas nuestras relaciones sociales.

La Ética es un pensar práctico, por cuanto que se refiere a cuestiones que pueden ser de otra manera, es decir, que podemos orientarlas libremente según la propia voluntad. Los conocimientos prácticos, a diferencia de los teóricos, no solo describen lo que hay, sino que tratan de establecer actitudes y normas en orden a orientar nuestra vida de un modo justo y bueno, tomando la decisión más correcta en cada caso concreto para que la vida sea mejor.

Si esto es así, nos preguntamos hasta qué punto tomamos en consideración la formación ética, pensada y vivida, en nuestras familias, centros educativos básicos y universidades, al servicio del desarrollo humano integral y de la construcción de la ciudadanía, en ámbitos tan importantes como la sexualidad, el trabajo y la convivencia socio-política.

Entendemos que los adultos hemos de aprender a ejercitar el discernimiento ético, el que consiste en saber tomar decisiones desde el punto de vista ético-moral. Y, en la medida que nosotros, los adultos, tengamos experiencia en el arte del discernimiento ético-moral de las decisiones que nos afectan acerca de la personalización y socialización de los verdaderos valores humanos, podremos inculcar en las jóvenes generaciones, tal experiencia.

En otras épocas, lo ético-moral estaba regido por la religión. Hoy, en esta sociedad secular y plural, no necesitamos de la religión para fundamentar la moral o la ética, pero sin el recurso consensuado de una ética mínima o cívica, podemos abocarnos a una humanidad desorientada y, lo que es peor, deshumanizada. ¿A qué es debido que tantas personas no encuentren sentido a sus vidas y determinen cortar con el mundo y con las relaciones más cercanas? ¿A qué es debido tantos enfrentamientos que conducen a tanta violencia deshumanizadora?

No cabe duda de que vivimos en una época de grandes cambios tecnológicos y culturales, pero precisamente por ello, no podemos renunciar a asumir de forma creativa, la sabiduría ético-moral recibida del pasado (Aristóteles, Jesús, Kant…), para implicarnos todos en la tarea de personalizar y socializar una moral acorde con los valores universales de la verdad, la justicia, la libertad y el bien común.

Por ello creemos útil y necesario poner en marcha, multiplicar y fortalecer esta formación y discernimiento ético-moral en centros educativos y cívicos, partiendo de principios y hechos de vida, que susciten entre sus participantes la capacidad de reorientar la vida personal, comunitaria y social desde los principios de la “Ética de la razón cordial”:

1) No instrumentalizar a las personas.

2) Empoderar o potenciar las capacidades de las personas, en la escuela, universidad, trabajo, empresa, sociedad.

3) Promover y apoyar los derechos humanos en las relaciones interpersonales priorizando las ayudas a los más necesitados.

4) Distribuir equitativamente los recursos humanos.

5) Fomentar la participación y el diálogo responsable en nuestros pueblos.

6) Cuidar de todos los seres humanos, especialmente los más indefensos, así como del planeta y de los recursos naturales básicos (agua, aire, tierra, biodiversidad…) todo al servicio del desarrollo humano integral.

Etiker son Patxi Meabe, Pako Etxebeste, Arturo García y José María Muñoa