EL artículo 10 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos es claro. “Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o de comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber injerencia de autoridades públicas y sin consideración de fronteras”. Ese mismo artículo añade que las únicas restricciones de esa libertad en sociedades democráticas tienen que ver con cosas como la seguridad pública, y la prevención del delito, la protección de la salud, la protección de la reputación o de los derechos ajenos, etc.

Todo es mejorable, pero el problema en las sociedades democráticas de hoy viene por otro lado: en el ámbito del debate público. Ámbito que está muy exacerbado en redes sociales y otros espacios similares. Se intenta señalar que una opinión estridente es una opinión solvente. Y eso es una falacia.

Cuando Trump inició sus denuncias infundadas de fraude electoral, estas fueron desmontadas una a una por las pruebas, los recuentos y los hechos. Pues bien, en los debates, cuando se desmontaban con datos sus acusaciones, la última línea de defensa era siempre la misma: Trump expresaba una opinión. Y todo el mundo tiene derecho a opinar.

Y efectivamente, la Declaración Universal afirma que todo el mundo tiene derecho a opinar. Ese es el marco jurídico. Otra cosa es el ámbito dialéctico, el del debate. Ahí la moneda de cambio no es la libertad de opinión, sino la solvencia y la opinión fundamentada.

Toda opinión es un punto de vista o un juicio sobre algo. Así que, por definición, lleva aparejada cierto grado de incertidumbre o subjetividad, y las opiniones no valen necesariamente como argumentos solventes. Yo puedo opinar que la tierra es plana. Pero obviamente no es una opinión solvente. Yo puedo decir que me gusta el helado de chocolate, pero no sirve como argumento para nada. Dejemos de confundir dialéctica con datos y solvencia. No son lo mismo. l

@Krakenberger