ILES de ciclistas se pasearon en cueros el sábado por las capitales europeas para reivindicar la normalización del uso de la bicicleta en pleno frenesí institucional por la creación de bidegorris casi ya hasta por las alcantarillas. Decían, y así será, sentirse desnudos frente al conductor de cuatro ruedas de siempre cuando de pronto se percataron de que por un lateral asomaba gente subida a ese juguete infernal que ahora puebla las carreteras, el patinete eléctrico. Ese cacharro que lo mismo te puede atropellar cuando sales del portal de tu casa que cuando bordeas una acera o caminas por la misma, atraviesas la calle o te bajas del autobús, y al que solo le falta discurrir por las vías del metro. Recientes estudios de choque han revelado que este invento, que a priori desatascaría el tráfico pero que suele estar en manos de ignorantes de su normativa, puede lanzar a niños a una altura de 6,5 metros, y ha ocasionado 1.300 accidentes en el Estado entre 2019 y 2021, con cientos de heridos y 16 fallecidos. Digo yo que igual es hora de que seamos los peatones quienes luzcamos palmito despojados de ropaje para clamar por el derecho a disfrutar de nuestros pueblos sin necesidad de ir temerosos de ser arrollados por vehículos que sobran en rincones que puedes patearte en solo minutos. A no ser que el dichoso patinete fuera pensado para, por ejemplo, acudir al médico al municipio colindante. Eso sí que tendría pelotas.

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