EL nombre engaña. BMW conserva la denominación X2 para lo que, lejos de ser el relevo natural de la primera generación del crossover, más bien es la declinación cupé del X1. Dejando la nomenclatura a un lado, el pretendido relevo depara un interesante SUV de figura esbelta que, por dimensiones, facultades y tarifa, pasa a jugar en una división superior. La casa bávara apunta alto con este modelo de 4,55 metros beneficiario de las últimas tecnologías, que propone variantes motrices para todos los gustos –diésel, gasolina y a pilas, entre 150 y 313 CV–, aunque para menos bolsillos que antes (arranca en 45.800 euros).

De no mediar un severo problema de dioptrías, nadie confundirá el X2 pionero con este sucesor. Es lógico, son productos completamente distintos que solamente comparten nombre. Las diferencias saltan a la vista, empezando por el diseño y siguiendo por el tamaño, considerablemente mayor. El recién llegado asume un estilo de inspiración cupé que prolonga su hechura afilando los rasgos de proa y popa. La zaga es la que más diferencias (y discrepancias) estéticas suscita; obedecen al voladizo alargado y al declive del techo desde la vertical del eje posterior hacia atrás, línea que prosigue inclinando el parabrisas trasero. Otro detalle distintivo es la parrilla de ‘riñones’ característica de los BMW modernos, cerrada en el caso de las dos interpretaciones a batería iX2.

Instalada a bordo, cualquier persona familiarizada con la marca identifica de inmediato el modelo como uno de sus integrantes. La configuración del puesto de mandos es inconfundible debido al grueso volante multifunción, a las dos pantallas horizontales solidarias (10,25 pulgadas para el cuadro y 10,70 para el sistema multimedia) y a la gran consola central que integra el selector de marchas.

Más allá de las modificaciones formales, este X2 cobra entidad al subir una o dos tallas. Precisa 4,55 metros de longitud para aparcar, ocupando 1,59 de altura y 1,85 de anchura. Estas cotas superan significativamente las de su antecesor: gana 19,4 cm de largo, 2,1 de ancho y 6,4 de alto. El aumento de proporciones comporta 22 cm más entre ejes, lo que propicia mejorar los registros de habitabilidad. Además, dispone de 560 litros de maletero, entre 90 y 115 más (dependiendo de la motorización) que el X2 de 2018. Comparado con el otro inspirador, un X1 cuya carrocería es 5,4 cm más corta y 5,2 más alta, la ventaja se difumina. Como todos los modelos SUV de silueta estilizada, el nuevo X2 sacrifica algo de capacidad en las plazas traseras (lo acusan los pasajeros más altos) a cambio de la cuestionable vistosidad del efecto cupé.

BMW asigna al modelo tres definiciones de producto sucesivas. Sus dotaciones, refinamiento o deportividad crecen en paralelo al desembolso a partir de un nivel básico correcto. Propone, asimismo, un programa de equipamiento opcional que, sin limitaciones presupuestarias, permite pertrechar el X2 con todos los recursos funcionales, de asistencia a la conducción y de confort imaginables en un coche moderno.

GAMA

DIÉSEL, GASOLINA Y ELÉCTRICO

Elegir. En BMW son partidarios de que sea el público quien decida qué tecnología de impulsión le conviene. Por eso plantean un repertorio heterogéneo y libre de prejuicios. Abren el catálogo dos variantes diésel, una de 150 CV y otra microhibridada con 163, que aportan encomiable austeridad (anuncian cinco litros de gasto medio) pero escaso brío para mover los 1.675 kg. El capítulo gasolina contiene dos candidatos de distinto carácter, más bien sosegado en la versión mild hybrid a 48V de 170 CV, efervescente en el M35i de 300 CV. En todos los casos la transmisión es automática de siete relaciones; las versiones superiores de cada combustible llevan tracción total xDrive. BMW destina a los partidarios de la electrificación plena dos interpretaciones iX2, una con 204 CV y hasta 478 km de autonomía, y otra de 313 CV con 449 km de alcance máximo. Por ahora no hay motorizaciones híbridas enchufables.