TODO lo que gira aún sobre el eje de Berta Echeverría es cuanto menos sorprendente. Ella es una de las figuras relegadas por el paso del tiempo, por el olvido de la historia; no así, por supuesto, en su descendencia y amistades, que aún hablan de ella maravillas.

La primera en rescatar su memoria, la de aquella bilbaina que murió a los 89 años, es su amiga Iruña Urrutikoetxea, hija del gudari Pedro María Urrutikoetxea, uno de los combatientes que sufrió prisión en el fuerte navarro de San Cristóbal, donde se produjo una de las fugas más destacadas de Europa, tanto por el número de fugados como por sus consecuencias.

“Berta era genial. Y tiene una historia muy especial, porque la montaron tres veces en tres barcos que enviaban a niños a Inglaterra para alejarlos de la guerra, y las dos primeras se lanzó del barco porque ella quería estar en la guerra, quería luchar”, evoca Iruña desde Caracas en conversación con DEIA.

Dos de los hijos de aquella mujer que hoy redimimos del olvido, Jon y Peter, detallan que su madre nació el 8 de marzo de 1918 en la zona de El Arenal. Su padre, de nombre Eduardo, cubría la labor de subir y bajar el puente de Deusto. Fue uno de los fundadores de la cooperativa que creó la zona del Grupo Buenavista en Deusto, a donde fue a vivir con la familia.

“En una ocasión, se lanzó a la ría a salvar a dos oficiales ingleses que habían bebido y aunque él les salvó, cogió una neumonía o algo relacionado con la contaminación química del agua que acabó con su vida”, explican los nietos de Eduardo, cuya labor fue reconocida por parte de la autoridad británica.

Cuando Berta –séptima de un total de ocho hermanos– tenía 18 años acompañó a su hermana Celia a Southampton al cargo de numerosos menores vascos con el objeto de sacarles de la Guerra Civil. El Gobierno inglés designó a su hermana directora de un campo de acogida en Coldchester, y Berta, como tenía estudios como solfeo, pasó a ser también educadora.

Con el paso del tiempo, se casó con Jack Chamberlain, natural de aquella ciudad, piloto y alto cargo militar de la RAF, la Real Fuerza Aérea británica. “Es curioso que mi padre entró en el Ejército dos años antes de la Segunda Guerra Mundial porque había leído Mein Kampf, de Hitler, y conocida su política lo vino venir. Así, cuando ocurrió ya tuvo buen rango castrense”, analiza su hijo Peter. Él y su mujer fueron enviados al estallar la guerra al condado de Lincolnshire al Este de la capital, una zona muy llana, perfecta para el despegue y aterrizaje de aviones. Ella trabajaba como enfermera en un hospital infantil.

Con el final de la contienda bélica, y tras haber luchado también en Malasia y padecer la malaria, dejó su carrera militar. No quiso ser destinado a India como le ordenaron porque quería retornar a Londres. En 1955, Chamberlain, que hablaba 18 idiomas, acabó abandonando a su mujer e hijos cuando era director de explotación de la firma de whisky Haig and haig en América latina y con otra mujer. Corría el año 1955.

“Yo creo que no había cumplido el año de vida, pero mi madre nos sacó adelante ella sola a los tres hermanos. En aquella época era difícil ser madre sola y además haciendo frente a un préstamo bancario. Fue muy duro, pero sin embargo siempre le vimos alegre”, apostilla su hijo menor, Jon, residente en Bilbao.

Con Manuel Irujo

En aquel tiempo, en el hogar de ambos en la capital inglesa se acabó instalando la Delegación del Gobierno vasco en el exilio, en un despacho del edificio de tres plantas. Retoma el discurso Iruña Urrutikoetxea: “No se me olvidará nunca su dirección porque yo alquilé en su casa una habitación. Viví por primera vez sola allí, en el 72 Green Croft Gardens de Londres”, explica. Añade que “apenas se entraba, en la primera habitación a mano derecha estaba la oficina del Gobierno vasco en el exilio en Londres. Ahí estuve una vez con Don Manuel Irujo”, y va más allá con una sonrisa: “Aquella casa era una maravilla porque por ejemplo una habitación estaba alquilada por un príncipe afgano. ¿Qué te parece?”.

Las curiosidades no quedaban ahí. Berta, que había estudiado piano en Bilbao, dio clases de acompañamiento de flamenco. Al principio con el piano, lo que era algo extraño, pero luego ya con guitarra. “Al principio era la acompañante de un profesor que faltó un tiempo y a su regreso los alumnos decían que la preferían a ella”, narran sus hijos. De hecho, el propio Jon también aprendió a tocar la guitarra y ayudaba con las bulerías, fandangos o seguiriyas.

Con la llegada de los años 70 y la muerte del dictador Franco, la Delegación del Gobierno vasco en la capital inglesa designó a Berta Echeverría como “delegada del PNV en Londres y a quien se encargó mantener algunos archivos y deshacerse de otros”.

Años más tarde, aquella ciudadana vasca acabaría volviendo a Bilbao. Su hijo menor, Jon, fue quien convenció a la madre para que viviera sus últimos años de nuevo en Euskadi. “Ella tenía Parkinson y como enfermera que fue conocía bien las dificultades de este síndrome”, concluyen sus hijos, al igual que también lo hace su amiga Iruña Urrutikoetxea: “La historia no podía olvidarse de ella porque era increíble. Su vida debía quedar escrita”, sentencia.