UNO de los últimos testigos del bombardeo fascista contra Gernika-Lumo y pueblos anejos falleció anteayer cuando el día comenzaba. Roman Junkera Urkiza tenía 94 años de edad y era hijo de un histórico maestro de Forua. Natural de esta anteiglesia que en la actualidad tiene censados alrededor de un millar de habitantes, residió también en Ermua, Lemoa –tras contraer nupcias con Belen Etxebarria–, y en Iurreta, al comenzar a trabajar en bicicletas GAC. En este último municipio, en el que ha residido un total de 47 años, se oficiará el funeral por su persona hoy lunes a las 18.00 horas en la parroquia San Miguel Arcángel.

Roman, hijo de Felisa Urkiza y Ángel Junquera, tenía ocho años el 26 de abril de 1937. Sobre las cuatro de la tarde llegó el primer avión fascista que había despegado en Gasteiz, y dejó caer algunas bombas. Al cabo de unos quince minutos, tuvo lugar la primera oleada con tres aviones en formación triangular que volaban muy bajo. De este modo, comenzó el bombardeo sistemático de Gernika, que se prolongó más de tres horas.

Imagen del antiguo ayuntamiento de Forua. | FOTO: GIPUZKOA KULTURA

Siempre merece la pena recordar que la destrucción de la histórica villa foral fue obra de la Legión Cóndor alemana nazi y de las fuerzas aéreas fascistas italianas, actuando bajo las órdenes del ejército sublevado contra la Segunda República, tras un intento fracasado de golpe de Estado. Aquel sangriento día popularizado en todo el mundo por Pablo Picasso pilló a Roman en la calle. Estaba frente a la casa en la que vivía junto a su familia, un edificio por todos conocido en Forua: el Ayuntamiento. “Mi padre, al ser profesor, se alojaba allí. No teníamos casa propia”, evocaba el fallecido haciendo referencia a la figura del recordado como Don Ángel, hombre natural de Salamanca capital y que “aprendió euskara cuando vino”.

Aquella mañana, mientras las personas adultas se acercaban al mercado, los niños jugaban pintando banderas tricolores españolas sobre el suelo de la plaza consistorial. “Unos pintaban banderas republicanas, mientras otros andábamos con hojas para fumar lo que fuera. ¡Cosas de chiquillos!”, restaba importancia Roman, nacido el 8 de agosto de 1928 en Forua. Evocaba que vio llegar al avión “alcahuete”, “chivato” o “abuelo”. Eran las primeras horas de la tarde. A continuación, la sorpresa que acabó en tragedia, incluso familiar. Los golpistas habían conseguido que las potencias totalitaristas europeas como la alemana e italiana atacaran vía aérea a Gernika y algunos pueblos colindantes. “Al ver que caían cosas de los bombarderos y cazas, pensamos que eran caramelos, pero al ver que rebotaban al tocar contra el suelo, ya supimos que eran balas”, diferenciaba.

Su padre, Ángel, era un conocido maestro afiliado a Agrupación Republicana. En ese momento no estaba en el pueblo. Voluntario, salió a defender la legítima Segunda República, por lo que acabaría encarcelado y depurado. Sería uno de los 60.000 docentes que sufrieron –según investigadores– la purga franquista contra la enseñanza. Su esposa, Felisa Urkiza, sufrió un severo ataque de nervios aquel día. La razón pone los vellos de punta: “Unos franquistas le llevaron a Felisa una camisa que llenaron de sangre en una carnicería y le dijeron que habían matado a su marido, a mi padre, algo que no era cierto”, lamentaba. “Aquella mujer, mi tía, era una santa y muy guapa”, aporta su sobrina Edurne Urkiza. “Yo recuerdo a mi amama siempre encamada y que no hablaba”, apostilla Aitziber Junkera.

Su padre, Roman, rememoraba el bombardeo que vio. “El fuego alumbraba toda Gernika, aquello parecía una película de Hollywood”, exclamaba levantado el dedo índice de una mano. Días después, la autoridad franquista se llevó a su hermano mayor de 11 años a descombrar y sacar cadáveres. Dos hombres del pueblo los portaban en sus carros hasta el cementerio. “Así fue”, confirma el investigador Txato Etxaniz, de la asociación de historia Gernikazarra, y detalla que ocurrió “a petición de la gestora del Ayuntamiento. Llamaron a vecinos de pueblos cercanos a que acudieran a Gernika durante los primeros días de mayo. Y claro, entonces, no había casi adultos y llevaban a chavales”. Así, aquel chavalote, José Junkera, fue uno de ellos.

“Yo también fui días después a ver aquello, a ver cómo había quedado Gernika. ¡Estaba toda destrozada! Recuerdo las casas caídas, los balcones derrumbados amontonados… Mientras ocurría el bombardeo, nosotros nos escondimos entre zarzas en las faldas de un monte, Foruko Atxa, y con estacas nos hicimos un chiringuito donde pasar la noche”, evocaba quien con solo 14 años trabajaría montando pistolas Astra en la empresa Unceta&Cia y, décadas más adelante, bicicletas en GAC.

Sin Hogar

Con la entrada de los golpistas al municipio, la familia Junkera-Urkiza fue expulsada de su hogar en el Ayuntamiento, de aquella primera planta que ocupaban. “Nos quedamos en la calle”. Un amigo le dejó a su madre una casa que lindaba con Murueta. “No teníamos nada de nada: ni para comer. Al menos, esa vivienda tenía un huerto con membrillos y frutales”. El matrimonio tenía seis hijos y otros dos que murieron siendo infantes.

El actual alcalde de Forua, Mikel Magunazelaia (PNV), ha estudiado la figura de este maestro. Son muchos los documentos en los que Ángel va apareciendo de forma transversal como “figura importante que fue junto al alcalde y al párroco”, explica quien trabaja en el despacho de alcaldía en la planta en que vivía la familia represaliada. “Aquel maestro supo salir victorioso en todos los regímenes y situaciones adversas en las que vivió: desde la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República, la guerra, el franquismo y con elogios en todas ellas como queda constancia en los escritos consultados”.

Su hijo, Roman, amigo de infancia de familiares de Magunazelaia como Moisés y Rufo Pinaga, aportaba que “a mi padre no le fusilaron porque era muy listo, más que el resto” y rememoraba que solían ir a visitarlo a la cárcel de Larrinaga, cuando estaba preso en Bilbao. “Un día llegamos y nos dijeron los guardias a ver cómo se saludaba. Y les respondimos con un buenos días, y nos gritaron: ¡No! Se dice, ¡arriba España! Y le dije a mi padre llorando que los franquistas me habían cascado y que me hicieron daño al obligarme con su mano a levantar el brazo y a gritar arriba España”.

Las anécdotas de aquel tiempo se arremolinaban en su mente simpática. “Una vez le dimos un susto de aúpa al cura franquista Bonifacio Tonboni… Los que éramos monaguillos sacamos un ataúd de la iglesia y lo echamos al río como si fuera un bote para pescar. Se enteró todo el pueblo”, sonreía este amante de la bicicleta conocido en Iurreta como el histórico ciclista Karmani. De hecho, su esquela lleva la imagen de una bicicleta y un lauburu.

Al acabar la guerra y con la llegada de la dictadura de Franco, el maestro fue depurado tras conseguir la libertad “gracias a algún amigo que intercedió por él”, valora la familia que recuerda que por las noches impartía clases clandestinas “a la luz del carburo. Venían como siete u ocho aldeanos a casa a aprender”. No consiguió trabajar de maestro en Forua o cercanías y logró empleo en una serrería en Gernika. Sí logró volver a ejercer la docencia en Ermua, donde ubicó la residencia con su familia y donde le hicieron un homenaje el día de su jubilación. En aquel municipio falleció sin poder regresar ni a Forua ni a la Salamanca en la que nació. Ayer domingo, Iurreta y Forua perdieron al hijo de aquel: Roman.