Hace ahora un año justo, el Athletic visitaba el Camp Nou y se llevaba un duro correctivo, cuatro goles, dos en los primeros 18 minutos. El resultado apaciguaba un tanto los ánimos en el entorno del Barcelona. Aunque se trataba de una victoria parcial, su significado era relevante para un Xavi Hernández sometido a incesantes críticas. Ni siquiera había cumplido un año en el banquillo desde que en noviembre de 2021 relevara a Ronald Koeman y sin embargo las dudas sobre su capacidad para llevar las riendas de la inestable nave azulgrana no le concedían tregua.

Hoy, el técnico que entonces llegó a declarar que de persistir un clima tan adverso no tendría inconveniente en dejar el cargo de inmediato, goza de cierto crédito. El equipo parece encaminado a recuperar el máximo nivel competitivo. Lograr el título de liga 2022-23, con cinco jornadas de antelación, supuso un enorme alivio en mitad de la depresión post Messi. Claro que dicha conquista no basta, Xavi lo sabe bien. El siguiente objetivo es Europa, tras dos intentos baldíos de un Barcelona acuciado económica e institucionalmente.

El entrenador de Terrassa, símbolo de la entidad como futbolista, vive inmerso en un complicado proceso de renovación de la plantilla desde su contratación. Es su caballo de batalla, liderar una transición que ha desfigurado el bloque que marcó una época gloriosa, repleta de éxitos. Las aún recientes salidas de Piqué, Busquets y Alba, ilustres representantes de un Barcelona que acuñó un estilo de juego imitado en todo el mundo, ponen el broche a una política intensiva de regeneración.

Sin las vacas sagradas en nómina, Xavi se halla en la fase final de una gestión realizada a toda velocidad. Sirva el dato de que solo quedan en el vestuario siete hombres de los que estaban cuando el técnico tomó las riendas: los porteros Ter Stegen e Iñaki Peña; los defensas Sergi Roberto y Araujo; y los centrocampistas, De Jong, Pedri y Gavi.

El resto de las piezas hoy disponibles se ha ido incorporando en los diversos plazos de mercado, con la particularidad de que un montón de futbolistas que le ficharon ya no están: Alves, Aubameyang, Adama Traoré, Nico González, Pablo Torre, Kessie o Bellerín. A las bajas de estos, se añadieron las de Trincao, Neto, Pjanic, Braithwaite, Riqui Puig, Mingueza, Lenglet, Umtiti, Dest, Abde, Depay, Dembelé, Ansu Fati y Eric García. Varios de ellos en calidad de cedidos.

El baile de nombres se ha de completar con el capítulo de los que llegaron y continúan bajo la disciplina azulgrana, que en orden cronológico son: Ferrán, Koundé, Lewandowski, Christiansen, Raphinha, Marcos Alonso, Balde, Oriol Romeu, Iñigo Martínez, Gündogan, Cancelo y Joao Félix.

Un auténtico rompecabezas caracterizado además por la incertidumbre que ha acompañado la mayoría de las operaciones, de salida y de entrada. Las estrecheces financieras, salvadas gracias al sui géneris método ideado por Joan Laporta y conocido como “palancas económicas” (venta parcial de activos del club e hipoteca de futuros ingresos), lógicamente no solo han tensionado al límite los despachos de Can Barça. Ese cúmulo de maniobras contables que ha merecido durísimas censuras, lo ha tenido que asumir Xavi en su trabajo diario.

Resulta imposible aspirar a un rendimiento sostenido en el campo cuando la composición del grupo, el volumen y la calidad del mismo, dependen de movimientos que se suceden de manera frenética y a menudo rozando el límite de los plazos de mercado. Un tremendo embrollo que ha puesto a prueba el temple y la cintura de Xavi. Moldear un equipo subido a semejante montaña rusa y satisfacer a la vez el exigente criterio del aficionado culé, desacostumbrado a las penalidades o los períodos de sequía, constituye un reto que pocos hubiesen encarado con entereza y convicción.

El tiempo calificará la labor de Xavi, pero no cabe cuestionar su predisposición para tirar hacia adelante en un hábitat único por su complejidad. El secreto descansa probablemente en una profunda identificación con el club de sus amores.