Estaba a punto de cumplir 24 años cuando Nicolás de Lekuona (Ordizia, 1913 - Fruiz, 1937) murió víctima de un bombardeo durante la Guerra Civil mientras trabajaba de camillero. Pero, pese a su juventud, le dio tiempo a realizar una obra que el paso de los años ha hecho que se le reconociera como uno de los primeros artistas vascos en coger el tren de la modernidad. Su trabajo tuvo una fuerza y una visión de lo nuevo que hoy todavía sorprende. 

Lekuona produjo más obra de la que cabría imaginar; Adelina Moya, que la catalogó y comenzó a darla a conocer a finales de los 70, contabilizó 280 pinturas (56 sobre tela y el resto sobre cartón o papel) y 150 fotografías y collages. 

En 2019, el Bellas Artes de Bilbao adquirió 16 fotografías y 2 fotomontajes del artista vasco y en 2022, 10 dibujos de arquitectura y diseño. Además, la pinacoteca bilbaina contaba ya con dos lienzos emblemáticos de su producción pictórica: Pintura (1936) y Retrato de Beatriz Lekuona (1935), adquiridos en 1981 y 1982, respectivamente. El museo le había dedicado también tres exposiciones, en 1979, 1982 y 1983, dos de las cuales fueron comisariadas por la historiadora Adelina Moya. 

Junto con las recientes adquisiciones, llegó también una inesperada donación para el Bellas Artes de Bilbao por parte de la familia de Lekuona, una maleta con un importante fondo documental (objetos personales, materiales impresos, cuadernos de notas y apuntes de dibujo, dos óleos sobre cartón y cartas autógrafas). El museo ha abierto la maleta y su contenido se expone ahora en la sala 17, acompañado de las obras adquiridas por el museo, conformando una pequeña pero interesante exposición, que está comisariada por Miriam Alzuri, conservadora de Arte Moderno y Contemporáneo del museo bilbaino. 

Nicolás de Lekuona fue un artista muy compulsivo, pintaba, dibujaba realizaba fotografías, acuarelas, fotomontajes... Esta maleta que nos ha donado su familia es muy interesante porque parece que el museo solo atiende a las obras, pero también es importante todo el proceso creativo”, ha explicado Javier Novo, jefe del Departamento de Colecciones del museo.

Menchu Lekuona y Pedro María Lekuona, sobrinos del artista, han estado presentes en la inauguración de la exposición. Para ellos, “no hay otro lugar mejor que este museo para poder exponer el fondo documental de nuestro tío”, a quien ellos no tuvieron la oportunidad de conocer personalmente, pero por sus familiares que sí le conocieron, le describen como un artista inquieto, que encontró en la creatividad lo positivo de cada momento. 

Cartas, cámaras, máscaras...

El fondo incluye correspondencia privada con la familia, blocs de apuntes y dibujos, cuadernos con citas, anotaciones literarias y artísticas, así como dos cámaras fotográficas Kodak y otros objetos personales, como su paleta de pintor, sus pipas o su carnet de estudiante. Entre los más singulares, destacan ocho máscaras realizadas por el propio Lekuona y que aparecen representadas en varios de sus cuadros y fotografías.

“Esta pequeña exposición traza los intereses y el ideario artístico de Lekuona, una personalidad inquieta y experimental que, a pesar de su temprana muerte a causa de la Guerra Civil, fue emblemática dentro de la vanguardia española”, ha explicado Miriam Alzuri.

Lekuona trabajó durante solo cuatro años, concretamente de 1932 a 1936, que incluyen su estancia en Madrid. Nacido en el seno de una familia acomodada, el artista se formó en Donostia, adonde llegaban las noticias de las vanguardias artísticas que se expandían por los círculos artísticos de la ciudad. Interesado por la fotografía y el dibujo, estudió en la Escuela de Artes y Oficios de la ciudad donostiarra para posteriormente entrar en la Escuela de Aparejadores de Madrid. 

La febril actividad cultural del Madrid de la República se desarrollaba en tertulias en estudios y en los cafés, como la famosa tertulia del Pombo, una de las preferidas por Lekuona. En la capital, su círculo de amigos incluyó a artistas vascos como Jorge Oteiza, Narciso Balenciaga, Joaquín Gurruchaga y José Sarriegui.

Una vez terminados sus estudios como aparejador en 1935, trabajó en Donostia con el arquitecto Florentino Morocoa, alternando esta actividad con su obra personal en el estudio de la casa familiar de Ordizia, donde retrató a su familia, a amigos... 

El joven Nicolás estaba fascinado por el cine expresionista alemán con sus luces y sombras. Intentaba resaltar las texturas de los objetos y utilizó a sus hermanos como modelos. Realizó sus fotografías con dos modestas cámaras Kodak Rainbow (que se pueden ver en la exposición). Sólo para los últimos carretes de 1935 y 1936, empleó una Leica que le habían regalado. 

Los fotomontajes constituyen una de las partes más cautivadoras de su trabajo. En ellos, aparece su talento como fotógrafo, artista y poeta. La mayor parte de ellos los realizó entre 1932 y 1935. Básicamente se dan dos líneas temáticas que trabaja en paralelo: montajes de carácter social que aluden a la clase proletaria (obreros y campesinos) y los referidos al tema de la guerra, rechazo de los símbolos bélicos y del capitalismo.

El resto de los trabajos son de carácter más lúdico y esteticista, muchos de ellos relacionados con la mujer. 

Al acabar los estudios en Madrid Nicolás regresó a Gipuzkoa donde se decantó en lo profesional por la arquitectura racionalista. Oteiza, que era un gran amigo, intentó convencerle para que se fuera como él a Sudamérica pero Lekuona se quedó en Euskadi junto a su madre viuda y sus hermanos

Como casi todos los artistas que vivieron aquellos difíciles momentos anteriores al alzamiento contra la República, Lekuona dejó en sus últimos trabajos un estremecedor testimonio de la guerra.

En 11 de junio de 1937, Nicolás de Lekuona murió durante el bombardeo de Fruiz, donde fue enviado como camillero, dejando unas obras que todavía hoy sorprenden por la modernidad.